Hacía días que no escribía, y si hubiera juzgado por mi parecer, hubiera
dicho unas tres semanas, sin embargo al preguntar a Martí en qué fecha vivíamos
hoy he comprobado que tan sólo llevaba nueve días sin abrir el ipad para
redactar. Realmente India te atrapa en todos los sentidos y lo hace de una
manera muy intensa.
En esta semana y dos días las aventuras y anécdotas se me han ido
acumulando y amontonando una tras otra, pasando por esquivar a monos colas
largas para entrar en la habitación hasta convertirme en una actriz secundaria
en un spot publicitario hindú, pero lo
mejor será que empiece por el principio y de forma ordenada, por donde me había
quedado, Kerala y sus backwaters.
Tras bajar de nuestro barquito a la hora prevista, 9 de la mañana, tres o
cuatro taxistas de rickshaw nos rodearon ofreciéndonos una ruta alternativa a nuestro
próximo destino, Fort Kochí. Teníamos pensado ir a la estación de autobuses
para montarnos en el primero que saliera con nuestro destino, el trayecto sería de unas tres horas por la
carretera principal y nos dejaría en la estación de autobuses de Fort Kochin,
pero la oferta de pasar 4 horas por un camino secundario haciendo paradas para
ver diferentes paisajes nos llamó la atención. Nos enseñaron una libreta donde
diferentes personas opinaban del trayecto, una de esas opiniones resultó ser de
una pareja que Martí y Salva habían conocido, hacía cinco años, en su primer
viaje a India. Una coincidencia tan sorprendente que nos dejamos guiar la
casualidad y por las buena opinión de sus comentarios. Sin dudarlo un segundo
más descartamos el autobús.
No pudimos negociar mucho el precio, y obviamente nos salía a más rupias
que el autobús, pero dado que traducido a euros era una cifra ridícula para el
recorrido, no alteró el presupuesto en
más de un par de euros.
Cuatro personas, con mochilas incluidas, sentados sobre la pequeña cabina
para tres que tienen los rickshaw, nos íbamos alternando el poder apoyar la
espalda sobre el respaldo, aunque debo reconocer, para no ser injusta, que el
reparto no fue equitativo, tanto David como yo pasamos la mayor parte del
trayecto apropiados del apreciado respaldo.
La primera parada fue en una playa donde uno de los backwaters desembocaba
en el mar. Mientras el agua se mantiene dulce en el río existe una selva
frondosa y verde a su alrededor pero en el punto donde el agua se mezcla con el
salado mar pasa de repente a ser un paisaje
árido y en pocos metros se convierte en una playa de arena blanca y fina.
Una larga playa, con cocoteros y barcas de pesca, sin apenas persona y sin
ningún bañista (no por la falta de calor o de buen tiempo, sino porque el mar
en esta época es muy traicionero y esconde fuertes mareas que pueden jugar
malas pasadas).
La segunda parada fue en una playa muy pequeña, era exclusivamente una zona
de pescadores, apenas habían cuatro barcas aparcadas sobre la arena con las redes de pesca y
cocoteros altos que proporcionaban una agradable sombra pero el intenso olor a
pescado hizo que nuestra parada allí fuera un tanto fugaz.
La tercera parada fue la que me lanzó a mi posible fama! Una interpretación
exquisita, con la brisa marina revoloteando mi pelo, gafas de sol ocultando mi vergüenza
y pasos firmes desde el final del paseo hasta donde se encontraba el cámara.
Modestias aparte.
El Taxista paró cerca de una pasarela sobre unas rocas donde el mar
golpeaba. Martí y Salva se entretuvieron comprando un refresco para hidratar el
cuerpo mientras que David y yo nos dirigimos directos a la pasarela para sacar
algunas fotos. Al llegar un chico con el pelo a lo afro y unas gafas de sol muy
grandes se dirigió a nosotros para preguntarnos si podíamos aparecer en una grabación
que estaba haciendo, simplemente teníamos que pasear por la pasarela pasando al lado de un niño
que jugaba a botar una pelota.
- Ok Ok! - Le contesté entusiasmada sin saber muy bien de que se trataba
todo aquello.
Tras hacer una primera toma nos pidieron que esperásemos que el doctor
estaba de camino y querían grabar otra toma más con él sentado en un banco leyendo
un diario.
No entendía por qué tenía que venir un doctor, y por qué no servía
cualquier otra persona con un diario en la mano, pero durante la espera Martí
me aclaró la incógnita. No se trataba de un doctor con bata blanca, si no era
un título que recibe alguien que ha alcanzado un grado de estudios. Así que al
decir doctor estaban esperando a una persona en concreto y no a un hindú con
bata blanca. Martí habló con el fotógrafo de los pelos rebeldes y éste le
explicó que estaban gravando un anuncio para una gran superficie y que el
doctor era el empresario de los almacenes.
Pese a que nos dijeron que esperásemos
cinco minutos, ya habían pasado 15 y el empresario doctor no
llegaba. Mientras charlamos con el
cámara, nos explicó que él era alemán pero que el ritmo de vida que llevaba no
le gustaba así que en unas vacaciones visitando India, el carácter de su gente
le convenció para quedarse. Estaba casado con una chica hindú y trabajaba de
fotógrafo-productor.
Un chico interrumpió nuestra conversación preguntándole algo que no
descifré, el fotógrafo, de repente, se convirtió en hindú ladeando la cabeza
manteniendo el cuello bien recto. Por
fin podría preguntar qué significado tenía aquel movimiento! Lo hacían servir siempre, conversando afirmando,
negando, preguntando... Resultó no ser nada en concreto, demuestra el estado de
ánimo atento a lo que se escucha, que se entiende lo que el otro comenta,
expresa un "está bien", un ok, un quizá, un sí, o un no, todo
dependiendo del contexto. Resumiendo, mueven la cabeza durante toda la
conversación.
Cuando el doctor giró la curva comprobé porque había tardado tanto, era un
anciano que apenas podía caminar sólo, grande de estatura al igual que sus
humos de grandeza. Le acompañaban unas seis personas, dos ayudándole a caminar,
otro con un paraguas a modo de parasol, y tres más por detrás preparados para
cualquier imprevisto, listos para secarle el sudor o para abanicarle.
El anciano, muy cascado según el diagnostico de su tos, se limitó a
sentarse en el banco, sin ni siquiera dedicarnos una mirada o un saludo. Cogió
el diario que le proporcionaron, se lo
giraron porque lo tenía al revés y ahí se quedó, preparado para su papel quieto
como una roca.
Rodamos la segunda toma. Al finalizar todos dijeron que había sido buena
(más les valía porque ya habíamos avisado de que sólo rodábamos una toma más ya
que teníamos que proseguir el viaje) así que nosotros marchamos a toda prisa
porque nuestro taxista llevaba mucho rato esperando.
Ahí finalizó mi trayectoria como actriz ahora sólo me queda esperar que
cumplan con su palabra y envíen al correo de David una copia de la grabación
final. Si no lo hacen, tendréis que creer en mi palabra porque no tendré pruebas
de mi gran momento en pantalla.
Al llegar a Fort Kochin nos instalamos en una casa de hindús que alquilaban
habitaciones con el desayuno incluido. Fue toda una novedad poder formar parte
de la familia, aunque fuera de manera indirecta. Al principio sentía que invadía
su intimidad, pero las sonrisas y las
pequeñas charlas me hicieron normalizar la situación. La familia estaba
compuesta por una mujer mayor, dos chicos y según observé en las fotos, el
marido de la mujer, aunque desconozco si seguía viviendo allí.
Los dos jóvenes eran los encargados de atender a los huéspedes, uno con
mejor nivel de inglés que el otro y la señora de la casa se dedicaba a la
colada de las sábanas y toallas que dejaban a nuestra disposición y a las
tareas del hogar.
Lo primero que hicimos, tras darnos una ducha de agua bien fría, fue ir a
comer a un tibetano que encontramos.
Momos, fideos fritos, arroz con verdura y pepsis, una comida sin picante que mi
estómago agradeció.
Al pasear por las calles, a simple vista pareció un pueblo agradable ya que
era un barrio mochilero y era fácil pasear por allí, como Martí dijo "aquí
creo que podría pasar tres o cuatro
días". Aunque más tarde cambió de opinión "con un día hay
suficiente".
Esperábamos ver pescadores con las redes chinas en el paseo marítimo, y sí,
las vimos, pero acompañado con un fondo de una petrolera con su respectiva
llamarada, de un gran puerto de
mercaderías y el agua sucia, muy sucia. Sólo espero que no utilizaran esas
redes para pescar ahí, pero por si acaso no probaré ni un bocado de pescado.
Esa noche cenamos pizzas en un local situado en el centro y en la segunda
planta de un edificio antiguo. Pese a que tardaron en llegar a la mesa, se nos
olvidó pronto la espera tras el primer bocado. No me esperaba encontrar en
India unas pizzas tan deliciosas, sabrosas y ¡sin nada de picante! Un regalo para
mi paladar.
Al día siguiente pasamos cuatro horas de reloj sentados dentro de una
"oficina turística". En India las diversas oficinas de cualquier cosa
no son más que pequeños locales donde la puerta se sustituye por una persiana
metálica, las que en España utilizan sobre todo para talleres mecánicos de
barrio. Esta oficina contenía, una mesa de estudio, tres sillas de plástico
típicas de patio, un mapa de India en una de las paredes que en su día fueron
blancas, un ventilador colgando del techo, una garrafa de agua pero sin rastro de ninguna gota pero sí
del polvo, un pequeño mueble con un par de guías, un paquete de hojas blanca y
un portátil con un internet verdaderamente lento. Pudimos comprar los billetes
de los diferentes trenes para nuestro siguiente destino Otty, y de allí un
autobús hasta Mysore. Pero los billetes de tren para llegar a Jampi no salían a
la venta hasta 24 horas antes del trayecto, por lo que no podíamos comprarlos
ese día. Teníamos dos opciones, pagarle los billetes haciendo un acto de fe en
el chico y que éste se encargaría de comprarlos y enviarnos la reserva por
correo, o hacer el trayecto de 14 horas en autobús, billetes que si estaban a
la venta. Estuvimos dudando unos minutos y el veredicto final fue retar a
India; pagamos los billetes de tren unas 2.000 rupias (dinero que equivale al
sueldo de un mes aquí, si eres afortunado), esperando no ser estafados
(asumiendo que hay profesionales de la estafa y cada vez más) y teniendo en
cuenta que muy a las malas siempre podíamos comprar los billetes de autobús.
Eran las dos del medio día cuando cruzábamos la persona de la oficina para
salir, hora de comer, así que fuimos en busca del tibetano para repetir momos y probar nuevos platos.
Antes de marchar de Fort Kochin David decidió visitar una representación
teatral de danza tradicional, mientras que Salva, Martí y yo optamos por una
visita al barrio judío. No quiero quitarle el encanto que pudiera tener la visita,
no sería justo, pero tras mi experiencia hubiera sido mejor opción quedarme en
la habitación descansando. El conductor del tuctuc nos pareció simpático y
amable, así que subimos con él. Cuánta razón tiene mi padre cuando dice que las
apariencias engañan. Quiso llevarnos a visitar tiendas del estado insistiendo y
explicándonos penas pese a nuestra negación, tuvimos que ponernos serios para
que tan sólo nos llevara al barrio judío. Una vez allí, todas las entradas a
cualquier visitas estaban cerradas ya que eran las seis de la tarde, mala
predicción por nuestra parte. El paseo por el barrio fue como andar por una
calle comercial de Barcelona (salvando las distancias) donde todos los
comerciantes intentaban que entrases a sus comercios con palabras aparentemente
amables pero con tono burlón y alguna
que otra frase machista. Me bastaron unos pocos metros para mirar a Martí y
decirle "quiero marchar de aquí" la situación pasaba a ser un poco
violeta para mí. Mi suplica fue una orden para él. Dimos media vuelta con el
automático puesto en la frase "no thanks", cogimos el primer tuctuc
que vimos (el conductor resultó ser mucho más agradable que el anterior) y
fuimos directos a recoger nuestras mochilas para partir hacia el tren de vapor
de Otty.
Después de una noche un poco larga llegamos a la parada donde se coge el
tren de vapor hacia Otty y esta vez la surte se puso claramente de nuestro
lado. Fuimos cuatro de los seis pasajeros que subieron sin tener billetes
reservados. Tan solo hacía el trayecto una vez al día, así que el resto de
viajeros que estaban en la cola de "sin reserva" se quedaron sin
asiento disponible. La verdad es que tras pasar la noche en un tren litera,
donde apenas pude pegar ojo en el
pasillo más transitado del tren y tras hacer trasbordo a las 5 de la mañana a
otro tren habiendo esperado una hora de trasbordo, agradecí enormemente no
haberme quedado sin asiento. La noche había sido dura, pero valió la pena poder
disfrutar, entre cabezadas de vez en cuando, del tren de vapor, de las vistas y
de los acompañantes de vagón tan peculiares. El tren realizó unas cuantas paradas antes de llegar a su
destino para cargar el depósito de agua, acto que duraba unos 15 minutos para
luego recorrer una hora y cuarto. Es increíble la fuerza que llega a tener el
vapor y subirnos por aquellas montañas.
Sin la reserva de billetes, obviamente no pudimos escoger asiento, nos tocó
en el último vagón justo delante de la máquina que empujaba los compartimentos.
Hice bien en hacer caso del comentario que leí en internet mientras planificábamos que llevar "es
imprescindible llevar tapones de oído", hasta entonces habían permanecido
en el fondo de la mochila, y ese día vieron la luz. Cuando el tren pasaba por
los túneles estrechos para atravesar montaña, el intenso ruido se volvía
estremecedor, ningún tímpano es capaz de soportar tal ruido, un autoreflejo
llevaba las manos a las orejas y te hacía cerrar los ojos. Los tapones
amortiguaron perfectamente el ruido externo, tanto que hasta pude dormir alguna
que otra cabezada.
Nuestros compañeros de vagón resultaron ser un tanto particulares, cuatro
eran turistas occidentales con mochilas que triplicaban la nuestra y dos hindúes
que se sentaron justo en medio, uno en
frente del otro. Todos los occidentales íbamos apretados para dejar un poco más
de espacio para que cupieran dos personas más en un vagón de ocho. La pareja
hindú, de mediana edad, no les importó el espacio, sentándose cómodamente con
las piernas bien separadas. Los ocho turistas occidentales nos miramos con cara
de sorprendidos mientras nos sentíamos embutidos en aquel vagón. "Nos
están tomando el pelo" pensé. Esa misma situación en un tren de cercanías
de Barcelona hubiera sido motivo de cabreo durante todo el trayecto, en India
se convirtió en bromas constantes entre los cuatro que provocaban carcajadas
contagiosas.
Cómo el tren hacía paradas para repostar agua y todos los pasajeros bajábamos
a estirar las piernas, aprovechábamos para ir recuperando un poquito más de
sitio cada vez q volvíamos a subir. Pero como siempre, India ganó la partida,
no proveímos el As bajo la manga que tenía la pareja hindú. Llegó la hora del
desayuno, y ni corta ni perezosa, la mujer sacó de su enorme bolso dos
recipientes de plástico con comida, uno para ella y otro que entregó a su
marido, quien hasta entonces no le había dirigido ni una sola palabra. Os
recuerdo que aquí los cubiertos son los dedos y no son igual de eficaces que
una cuchara cuando se trata de salsas. La primera mancha fue a parar al sari de
la mujer. Nuestros culos ya habían retrocedido unos centímetros de ellos para
evitar tener un destino parecido. Al finalizar sus desayunos nosotros ya
habíamos vuelto a nuestra primera posición de embutido, pero resultó que aún
existía espacio que ocupar. Alzaron su mano derecha, completamente sucia y con
grumos de comida. Miraron a su alrededor "donde puedo limpiarme?" debieron
pensar. Sin haberlo planeado, los cuatro, automáticamente dimos un brinco apelotonándonos aún más contra la puerta del vagón.
Estallamos a carcajadas.
El matrimonio siguió observando a su alrededor buscando una solución.
Nosotros suplicábamos que la elección no fuera nuestra ventana. Finalmente el
señor se levantó, su mano seguía en alto y se dirigía a la ventana opuesta a la
nuestra. Primero y sin pensarlo ni un segundo, arrojó los embásese de plástico,
luego, con el agua de una botella que llevaba, se limpió la mano. Ofreció el
agua que quedó a su mujer, quien hizo lo mismo. Por fin estábamos fuera de
peligro! Pero eso sí habiendo retrocedido y cedido gran parte del espacio
conquistado, tuvimos que empezar de nuevo a ganar territorio hostil.
En una de las últimas paradas para repostar agua para el tren de vapor y
mientras gran parte del pasaje estaba tomando el fresco de las montañas, fuimos
presa de una emboscada de monos. No eran agresivos más bien todo lo contrario,
pues los hindúes de la zona ya se habían encargado de enseñarles de malas
maneras quien mandaba allí. La emboscada
tenía como objetivo pedir, buscar o robar comida. Pude contar unos 20, aunque
sólo un par se atrevieron a intentar entrar en un vagón vacía sin éxito alguno.
Al ponerse en marcha el tren, los monos volvieron a la montaña.
Llegamos a Otty sobre las 12 del medio día y con unos cuantos grados menos
de los esperados. La sudadera que decidí comprarme en el decathlon un día antes
de partir a India estaba siendo bien amortizada.
Visitamos un par de hostales antes de encontrar el definitivo, donde la
relación calidad precio era muy buena pero lo más valioso que encontramos fue
la amabilidad del anciano de recepción. Nos proporcionó dos mantas por persona
sin problema alguno y nos encendió la
caldera para que pudiéramos ducharnos pese a que por norma solo había agua caliente de 7.00 a
10.00 a.m.
El hostal estaba situado a cinco minutos del pueblo, que se quedaban en dos
por un atajo caminando. Se trataba de una gran casa de campo, dividida en
diversas habitaciones y totalmente rodeada de cultivo.
Me resultó curioso ver que en esta comarca de la India eran las mujeres las
encargadas de labrar y sembrar las tierras, orquestadas por un hombre desde el
camino. Era un grupo de unas seis mujeres,
vestían vestidos largos de trapo y mantas en forma de chal. Recogían su
pelo con unos fulares de color rojo, amarillo, azul... que junto a su piel
tostada realzaba sus facciones.
Empezaron a discutir o a comentar algo en voz alta, señalaban la tierra y
parecía no ponerse desacuerdo. De pronto una voz varonil les llamó la atención.
Gire la vista y ahí le encontré, parado en medio del camino, marcando ordenes
desde la distancia y sin tocar ni un grano de arena. Las mujeres se dividieron
en grupos de dos y prosiguieron charlando como si nada hubiera pasado.
En nuestro itinerario Otty tan solo era un pueblo de paso y por ello
teníamos todos los trayectos enlazados y comprados hasta Goa. Una vez allí y
viendo las posibilidades de excursiones,
Martí y yo pensamos en perder las
reservas para prolongar nuestra estancia en Otty un día más y así
disfrutar de las espectaculares montañas y poblados de casas multicolores, pero
aun nos quedaban muchos kilómetros que recorrer y tuvimos que desestimar la
idea.
Tras la ducha con agua calentita gracias al buen anciano, fuimos a llenar
nuestros estómagos que habían sido alimentados a base de galletas la noche
anterior.
-"No spacie please! No chili!"-. Volvimos a solicitar al camarero
y pese a que cuando nos estaba sirviendo los platos destacaba que no tenían
picante, nuestro paladar no opinó lo mismo. Empiezo a creer que realmente no
saben cocinar sin echar especies picantes, un plato de arroz con verduras no necesita de ningún
picante como base pese a que está claro que en India sí. El local venia
recomendado por nuestra guía y pese a que la decoración me recordó un poco un
local chino, la comida estaba exquisita (tan solo probé un bocado de cada plato
por no molestar a mi estómago con el picante y luego seguí con mi arroz con
verduras quedándome con las ganas de robar otro bocado más del esto de platos).
Al salir del restaurante encontramos, a pocos metros, un local de
fotocopias (en realidad sólo tenía una fotocopiadora pero muy solicitada, la
cola llegaba a la calle) que también ofrecía servicio de internet así que era
el momento de comprobar si el buen chico al que habíamos pagado por anticipado,
había cumplido su palabra y nos había enviado los billetes de tren. El
ordenador que debería tener la misma edad que yo, abrió en pantalla el correo
de Martí. Allí estaban, cuatro correos de nuestro agente de viajes, el más
lento del mundo. No quisimos cantar victoria, los cuatro estábamos atentos a la
pantalla. Y voila!! Teníamos las reservas hechas!
- Estaba seguro de que lo haría. - dijo Martí.
-Si si si. - Contestaron David y Salva riéndose.
-Pero que chaqueteros sois! Os estáis auto engañando, porque a mí no me la coláis.
- dije riendo.
Obviamente los cuatro nos echamos a reír, pese al disimulo ninguno habíamos
tenido la certeza de tener billetes asegurados para todo el recorrido que
faltaba hasta el aeropuerto de Mumbai .
Con los billetes de tren dirección Hampi imprimidos salimos con intención
de inspeccionar el pueblo mientras volvíamos al hostal.
Los párpados pesaban muchísimo, las piernas apenas tenían fuerzas para
andar un par de kilómetros más y la lluvia fría que empezaba a caer me hizo recordar el diluvio de Munnar. Todo
indicaba que debía hacer casos de las señales. Dejé la inspección del pueblo para
otro momento. Cogimos un taxi hasta la puerta del hostal, entré en la
habitación y coloqué las dos mantas sobre el saco de dormir con la intención de
descansar una hora. Una vez cerré los ojos supe que no sería tan fácil
despertar de aquella siesta y efectivamente, desperté con la alarma de las 6 de
la mañana del día siguiente.
Irene.