29 de Agosto de 2013 - Directa a la fama!




Hacía días que no escribía, y si hubiera juzgado por mi parecer, hubiera dicho unas tres semanas, sin embargo al preguntar a Martí en qué fecha vivíamos hoy he comprobado que tan sólo llevaba nueve días sin abrir el ipad para redactar. Realmente India te atrapa en todos los sentidos y lo hace de una manera muy intensa.

En esta semana y dos días las aventuras y anécdotas se me han ido acumulando y amontonando una tras otra, pasando por esquivar a monos colas largas para entrar en la habitación hasta convertirme en una actriz secundaria en un spot publicitario hindú, pero  lo mejor será que empiece por el principio y de forma ordenada, por donde me había quedado, Kerala y sus backwaters.

Tras bajar de nuestro barquito a la hora prevista, 9 de la mañana, tres o cuatro taxistas de rickshaw nos rodearon ofreciéndonos una ruta alternativa a nuestro próximo destino, Fort Kochí. Teníamos pensado ir a la estación de autobuses para montarnos en el primero que saliera con nuestro destino,  el trayecto sería de unas tres horas por la carretera principal y nos dejaría en la estación de autobuses de Fort Kochin, pero la oferta de pasar 4 horas por un camino secundario haciendo paradas para ver diferentes paisajes nos llamó la atención. Nos enseñaron una libreta donde diferentes personas opinaban del trayecto, una de esas opiniones resultó ser de una pareja que Martí y Salva habían conocido, hacía cinco años, en su primer viaje a India. Una coincidencia tan sorprendente que nos dejamos guiar la casualidad y por las buena opinión de sus comentarios. Sin dudarlo un segundo más descartamos el autobús.

No pudimos negociar mucho el precio, y obviamente nos salía a más rupias que el autobús, pero dado que traducido a euros era una cifra ridícula para el recorrido,  no alteró el presupuesto en más de un par de euros.

Cuatro personas, con mochilas incluidas, sentados sobre la pequeña cabina para tres que tienen los rickshaw, nos íbamos alternando el poder apoyar la espalda sobre el respaldo, aunque debo reconocer, para no ser injusta, que el reparto no fue equitativo, tanto David como yo pasamos la mayor parte del trayecto apropiados del apreciado respaldo.
La primera parada fue en una playa donde uno de los backwaters desembocaba en el mar. Mientras el agua se mantiene dulce en el río existe una selva frondosa y verde a su alrededor pero en el punto donde el agua se mezcla con el salado mar pasa de repente a ser un paisaje  árido y en pocos metros se convierte en una playa de arena blanca y fina. Una larga playa, con cocoteros y barcas de pesca, sin apenas persona y sin ningún bañista (no por la falta de calor o de buen tiempo, sino porque el mar en esta época es muy traicionero y esconde fuertes mareas que pueden jugar malas pasadas).

La segunda parada fue en una playa muy pequeña, era exclusivamente una zona de pescadores, apenas habían cuatro barcas aparcadas  sobre la arena con las redes de pesca y cocoteros altos que proporcionaban una agradable sombra pero el intenso olor a pescado hizo que nuestra parada allí fuera un tanto fugaz.

La tercera parada fue la que me lanzó a mi posible fama! Una interpretación exquisita, con la brisa marina revoloteando mi pelo, gafas de sol ocultando mi vergüenza y pasos firmes desde el final del paseo hasta donde se encontraba el cámara. Modestias aparte.
El Taxista paró cerca de una pasarela sobre unas rocas donde el mar golpeaba. Martí y Salva se entretuvieron comprando un refresco para hidratar el cuerpo mientras que David y yo nos dirigimos directos a la pasarela para sacar algunas fotos. Al llegar un chico con el pelo a lo afro y unas gafas de sol muy grandes se dirigió a nosotros para preguntarnos si podíamos aparecer en una grabación que estaba haciendo, simplemente teníamos que pasear  por la pasarela pasando al lado de un niño que jugaba a botar una pelota.
- Ok Ok! - Le contesté entusiasmada sin saber muy bien de que se trataba todo aquello.
Tras hacer una primera toma nos pidieron que esperásemos que el doctor estaba de camino y querían grabar otra toma más con él sentado en un banco leyendo un diario.
No entendía por qué tenía que venir un doctor, y por qué no servía cualquier otra persona con un diario en la mano, pero durante la espera Martí me aclaró la incógnita. No se trataba de un doctor con bata blanca, si no era un título que recibe alguien que ha alcanzado un grado de estudios. Así que al decir doctor estaban esperando a una persona en concreto y no a un hindú con bata blanca. Martí habló con el fotógrafo de los pelos rebeldes y éste le explicó que estaban gravando un anuncio para una gran superficie y que el doctor era el empresario de los almacenes.

Pese a que nos dijeron que esperásemos  cinco minutos, ya habían pasado 15 y el empresario doctor no llegaba.  Mientras charlamos con el cámara, nos explicó que él era alemán pero que el ritmo de vida que llevaba no le gustaba así que en unas vacaciones visitando India, el carácter de su gente le convenció para quedarse. Estaba casado con una chica hindú y trabajaba de fotógrafo-productor.
Un chico interrumpió nuestra conversación preguntándole algo que no descifré, el fotógrafo, de repente, se convirtió en hindú ladeando la cabeza manteniendo el cuello  bien recto. Por fin podría preguntar qué significado tenía aquel movimiento! Lo  hacían servir siempre, conversando afirmando, negando, preguntando... Resultó no ser nada en concreto, demuestra el estado de ánimo atento a lo que se escucha, que se entiende lo que el otro comenta, expresa un "está bien", un ok, un quizá, un sí, o un no, todo dependiendo del contexto. Resumiendo, mueven la cabeza durante toda la conversación.

Cuando el doctor giró la curva comprobé porque había tardado tanto, era un anciano que apenas podía caminar sólo, grande de estatura al igual que sus humos de grandeza. Le acompañaban unas seis personas, dos ayudándole a caminar, otro con un paraguas a modo de parasol, y tres más por detrás preparados para cualquier imprevisto, listos para secarle el sudor o para abanicarle.
El anciano, muy cascado según el diagnostico de su tos, se limitó a sentarse en el banco, sin ni siquiera dedicarnos una mirada o un saludo. Cogió el diario que le proporcionaron,   se lo giraron porque lo tenía al revés y ahí se quedó, preparado para su papel quieto como una roca.

Rodamos la segunda toma. Al finalizar todos dijeron que había sido buena (más les valía porque ya habíamos avisado de que sólo rodábamos una toma más ya que teníamos que proseguir el viaje) así que nosotros marchamos a toda prisa porque nuestro taxista llevaba mucho rato esperando.

Ahí finalizó mi trayectoria como actriz ahora sólo me queda esperar que cumplan con su palabra y envíen al correo de David una copia de la grabación final. Si no lo hacen, tendréis que creer en mi palabra porque no tendré pruebas de mi gran momento en pantalla.

Al llegar a Fort Kochin nos instalamos en una casa de hindús que alquilaban habitaciones con el desayuno incluido. Fue toda una novedad poder formar parte de la familia, aunque fuera de manera indirecta. Al principio sentía que invadía su  intimidad, pero las sonrisas y las pequeñas charlas me hicieron normalizar la situación. La familia estaba compuesta por una mujer mayor, dos chicos y según observé en las fotos, el marido de la mujer, aunque desconozco si seguía viviendo allí.
Los dos jóvenes eran los encargados de atender a los huéspedes, uno con mejor nivel de inglés que el otro y la señora de la casa se dedicaba a la colada de las sábanas y toallas que dejaban a nuestra disposición y a las tareas del hogar.

Lo primero que hicimos, tras darnos una ducha de agua bien fría, fue ir a comer a un  tibetano que encontramos. Momos, fideos fritos, arroz con verdura y pepsis, una comida sin picante que mi estómago agradeció.
Al pasear por las calles, a simple vista pareció un pueblo agradable ya que era un barrio mochilero y era fácil pasear por allí, como Martí dijo "aquí creo que  podría pasar tres o cuatro días". Aunque más tarde cambió de opinión "con un día hay suficiente".
Esperábamos ver pescadores con las redes chinas en el paseo marítimo, y sí, las vimos, pero acompañado con un fondo de una petrolera con su respectiva llamarada,  de un gran puerto de mercaderías y el agua sucia, muy sucia. Sólo espero que no utilizaran esas redes para pescar ahí, pero por si acaso no probaré ni un bocado de pescado.
Esa noche cenamos pizzas en un local situado en el centro y en la segunda planta de un edificio antiguo. Pese a que tardaron en llegar a la mesa, se nos olvidó pronto la espera tras el primer bocado. No me esperaba encontrar en India unas pizzas tan deliciosas, sabrosas y ¡sin nada de picante! Un regalo para mi paladar.

Al día siguiente pasamos cuatro horas de reloj sentados dentro de una "oficina turística". En India las diversas oficinas de cualquier cosa no son más que pequeños locales donde la puerta se sustituye por una persiana metálica, las que en España utilizan sobre todo para talleres mecánicos de barrio. Esta oficina contenía, una mesa de estudio, tres sillas de plástico típicas de patio, un mapa de India en una de las paredes que en su día fueron blancas, un ventilador colgando del techo, una garrafa de  agua pero sin rastro de ninguna gota pero sí del polvo, un pequeño mueble con un par de guías, un paquete de hojas blanca y un portátil con un internet verdaderamente lento. Pudimos comprar los billetes de los diferentes trenes para nuestro siguiente destino Otty, y de allí un autobús hasta Mysore. Pero los billetes de tren para llegar a Jampi no salían a la venta hasta 24 horas antes del trayecto, por lo que no podíamos comprarlos ese día. Teníamos dos opciones, pagarle los billetes haciendo un acto de fe en el chico y que éste se encargaría de comprarlos y enviarnos la reserva por correo, o hacer el trayecto de 14 horas en autobús, billetes que si estaban a la venta. Estuvimos dudando unos minutos y el veredicto final fue retar a India; pagamos los billetes de tren unas 2.000 rupias (dinero que equivale al sueldo de un mes aquí, si eres afortunado), esperando no ser estafados (asumiendo que hay profesionales de la estafa y cada vez más) y teniendo en cuenta que muy a las malas siempre podíamos comprar los billetes de autobús. Eran las dos del medio día cuando cruzábamos la persona de la oficina para salir, hora de comer, así que fuimos en busca del tibetano para repetir  momos y probar nuevos platos.

Antes de marchar de Fort Kochin David decidió visitar una representación teatral de danza tradicional, mientras que Salva, Martí y yo optamos por una visita al barrio judío. No quiero quitarle el encanto que pudiera tener la visita, no sería justo, pero tras mi experiencia hubiera sido mejor opción quedarme en la habitación descansando. El conductor del tuctuc nos pareció simpático y amable, así que subimos con él. Cuánta razón tiene mi padre cuando dice que las apariencias engañan. Quiso llevarnos a visitar tiendas del estado insistiendo y explicándonos penas pese a nuestra negación, tuvimos que ponernos serios para que tan sólo nos llevara al barrio judío. Una vez allí, todas las entradas a cualquier visitas estaban cerradas ya que eran las seis de la tarde, mala predicción por nuestra parte. El paseo por el barrio fue como andar por una calle comercial de Barcelona (salvando las distancias) donde todos los comerciantes intentaban que entrases a sus comercios con palabras aparentemente amables pero con  tono burlón y alguna que otra frase machista. Me bastaron unos pocos metros para mirar a Martí y decirle "quiero marchar de aquí" la situación pasaba a ser un poco violeta para mí. Mi suplica fue una orden para él. Dimos media vuelta con el automático puesto en la frase "no thanks", cogimos el primer tuctuc que vimos (el conductor resultó ser mucho más agradable que el anterior) y fuimos directos a recoger nuestras mochilas para partir hacia el tren de vapor de Otty.

Después de una noche un poco larga llegamos a la parada donde se coge el tren de vapor hacia Otty y esta vez la surte se puso claramente de nuestro lado. Fuimos cuatro de los seis pasajeros que subieron sin tener billetes reservados. Tan solo hacía el trayecto una vez al día, así que el resto de viajeros que estaban en la cola de "sin reserva" se quedaron sin asiento disponible. La verdad es que tras pasar la noche en un tren litera, donde apenas pude pegar ojo  en el pasillo más transitado del tren y tras hacer trasbordo a las 5 de la mañana a otro tren habiendo esperado una hora de trasbordo, agradecí enormemente no haberme quedado sin asiento. La noche había sido dura, pero valió la pena poder disfrutar, entre cabezadas de vez en cuando, del tren de vapor, de las vistas y de los acompañantes de vagón tan peculiares. El tren realizó  unas cuantas paradas antes de llegar a su destino para cargar el depósito de agua, acto que duraba unos 15 minutos para luego recorrer una hora y cuarto. Es increíble la fuerza que llega a tener el vapor y subirnos por aquellas montañas.

Sin la reserva de billetes, obviamente no pudimos escoger asiento, nos tocó en el último vagón justo delante de la máquina que empujaba los compartimentos. Hice bien en hacer caso del comentario que leí en internet  mientras planificábamos que llevar "es imprescindible llevar tapones de oído", hasta entonces habían permanecido en el fondo de la mochila, y ese día vieron la luz. Cuando el tren pasaba por los túneles estrechos para atravesar montaña, el intenso ruido se volvía estremecedor, ningún tímpano es capaz de soportar tal ruido, un autoreflejo llevaba las manos a las orejas y te hacía cerrar los ojos. Los tapones amortiguaron perfectamente el ruido externo, tanto que hasta pude dormir alguna que otra cabezada.

Nuestros compañeros de vagón resultaron ser un tanto particulares, cuatro eran turistas occidentales con mochilas que triplicaban la nuestra y dos hindúes que se sentaron justo en medio,  uno en frente del otro. Todos los occidentales íbamos apretados para dejar un poco más de espacio para que cupieran dos personas más en un vagón de ocho. La pareja hindú, de mediana edad, no les importó el espacio, sentándose cómodamente con las piernas bien separadas. Los ocho turistas occidentales nos miramos con cara de sorprendidos mientras nos sentíamos embutidos en aquel vagón. "Nos están tomando el pelo" pensé. Esa misma situación en un tren de cercanías de Barcelona hubiera sido motivo de cabreo durante todo el trayecto, en India se convirtió en bromas constantes entre los cuatro que provocaban carcajadas contagiosas.
Cómo el tren hacía paradas para repostar agua y todos los pasajeros bajábamos a estirar las piernas, aprovechábamos para ir recuperando un poquito más de sitio cada vez q volvíamos a subir. Pero como siempre, India ganó la partida, no proveímos el As bajo la manga que tenía la pareja hindú. Llegó la hora del desayuno, y ni corta ni perezosa, la mujer sacó de su enorme bolso dos recipientes de plástico con comida, uno para ella y otro que entregó a su marido, quien hasta entonces no le había dirigido ni una sola palabra. Os recuerdo que aquí los cubiertos son los dedos y no son igual de eficaces que una cuchara cuando se trata de salsas. La primera mancha fue a parar al sari de la mujer. Nuestros culos ya habían retrocedido unos centímetros de ellos para evitar tener un destino parecido. Al finalizar sus desayunos nosotros ya habíamos vuelto a nuestra primera posición de embutido, pero resultó que aún existía espacio que ocupar. Alzaron su mano derecha, completamente sucia y con grumos de comida. Miraron a su alrededor "donde puedo limpiarme?" debieron pensar. Sin haberlo planeado, los cuatro, automáticamente dimos un brinco apelotonándonos  aún más contra la puerta del vagón. Estallamos a carcajadas.
El matrimonio siguió observando a su alrededor buscando una solución. Nosotros suplicábamos que la elección no fuera nuestra ventana. Finalmente el señor se levantó, su mano seguía en alto y se dirigía a la ventana opuesta a la nuestra. Primero y sin pensarlo ni un segundo, arrojó los embásese de plástico, luego, con el agua de una botella que llevaba, se limpió la mano. Ofreció el agua que quedó a su mujer, quien hizo lo mismo. Por fin estábamos fuera de peligro! Pero eso sí habiendo retrocedido y cedido gran parte del espacio conquistado, tuvimos que empezar de nuevo a ganar territorio hostil.

En una de las últimas paradas para repostar agua para el tren de vapor y mientras gran parte del pasaje estaba tomando el fresco de las montañas, fuimos presa de una emboscada de monos. No eran agresivos más bien todo lo contrario, pues los hindúes de la zona ya se habían encargado de enseñarles de malas maneras quien mandaba  allí. La emboscada tenía como objetivo pedir, buscar o robar comida. Pude contar unos 20, aunque sólo un par se atrevieron a intentar entrar en un vagón vacía sin éxito alguno. Al ponerse en marcha el tren, los monos volvieron a la montaña.

Llegamos a Otty sobre las 12 del medio día y con unos cuantos grados menos de los esperados. La sudadera que decidí comprarme en el decathlon un día antes de partir a India estaba siendo bien amortizada.
Visitamos un par de hostales antes de encontrar el definitivo, donde la relación calidad precio era muy buena pero lo más valioso que encontramos fue la amabilidad del anciano de recepción. Nos proporcionó dos mantas por persona sin  problema alguno y nos encendió la caldera para que pudiéramos ducharnos pese a que  por norma solo había agua caliente de 7.00 a 10.00 a.m.

El hostal estaba situado a cinco minutos del pueblo, que se quedaban en dos por un atajo caminando. Se trataba de una gran casa de campo, dividida en diversas habitaciones y totalmente rodeada de cultivo.
Me resultó curioso ver que en esta comarca de la India eran las mujeres las encargadas de labrar y sembrar las tierras, orquestadas por un hombre desde el camino. Era un grupo de unas seis mujeres,  vestían vestidos largos de trapo y mantas en forma de chal. Recogían su pelo con unos fulares de color rojo, amarillo, azul... que junto a su piel tostada realzaba sus  facciones. Empezaron a discutir o a comentar algo en voz alta, señalaban la tierra y parecía no ponerse desacuerdo. De pronto una voz varonil les llamó la atención. Gire la vista y ahí le encontré, parado en medio del camino, marcando ordenes desde la distancia y sin tocar ni un grano de arena. Las mujeres se dividieron en grupos de dos y prosiguieron charlando como si nada hubiera pasado.

En nuestro itinerario Otty tan solo era un pueblo de paso y por ello teníamos todos los trayectos enlazados y comprados hasta Goa. Una vez allí y viendo las posibilidades de  excursiones, Martí y yo pensamos en perder las  reservas para prolongar nuestra estancia en Otty un día más y así disfrutar de las espectaculares montañas y poblados de casas multicolores, pero aun nos quedaban muchos kilómetros que recorrer y tuvimos que desestimar la idea.

Tras la ducha con agua calentita gracias al buen anciano, fuimos a llenar nuestros estómagos que habían sido alimentados a base de galletas la noche anterior.
-"No spacie please! No chili!"-. Volvimos a solicitar al camarero y pese a que cuando nos estaba sirviendo los platos destacaba que no tenían picante, nuestro paladar no opinó lo mismo. Empiezo a creer que realmente no saben cocinar sin echar especies picantes, un plato  de arroz con verduras no necesita de ningún picante como base pese a que está claro que en India sí. El local venia recomendado por nuestra guía y pese a que la decoración me recordó un poco un local chino, la comida estaba exquisita (tan solo probé un bocado de cada plato por no molestar a mi estómago con el picante y luego seguí con mi arroz con verduras quedándome con las ganas de robar otro bocado más del esto de platos).

Al salir del restaurante encontramos, a pocos metros, un local de fotocopias (en realidad sólo tenía una fotocopiadora pero muy solicitada, la cola llegaba a la calle) que también ofrecía servicio de internet así que era el momento de comprobar si el buen chico al que habíamos pagado por anticipado, había cumplido su palabra y nos había enviado los billetes de tren. El ordenador que debería tener la misma edad que yo, abrió en pantalla el correo de Martí. Allí estaban, cuatro correos de nuestro agente de viajes, el más lento del mundo. No quisimos cantar victoria, los cuatro estábamos atentos a la pantalla. Y voila!! Teníamos las reservas hechas!
- Estaba seguro de que lo haría. - dijo Martí.
-Si si si. - Contestaron David y Salva riéndose.
-Pero que chaqueteros sois! Os estáis auto engañando, porque a mí no me la coláis. - dije riendo.
Obviamente los cuatro nos echamos a reír, pese al disimulo ninguno habíamos tenido la certeza de tener billetes asegurados para todo el recorrido que faltaba hasta el aeropuerto de Mumbai .

Con los billetes de tren dirección Hampi imprimidos salimos con intención de inspeccionar el pueblo mientras volvíamos al hostal.
Los párpados pesaban muchísimo, las piernas apenas tenían fuerzas para andar un par de kilómetros más y la lluvia fría que empezaba a caer  me hizo recordar el diluvio de Munnar. Todo indicaba que debía hacer casos de las señales. Dejé la inspección del pueblo para otro momento. Cogimos un taxi hasta la puerta del hostal, entré en la habitación y coloqué las dos mantas sobre el saco de dormir con la intención de descansar una hora. Una vez cerré los ojos supe que no sería tan fácil despertar de aquella siesta y efectivamente, desperté con la alarma de las 6 de la mañana del día siguiente.


Irene. 

 

20 de Agosto de 2013 - Porche flotante...



Sentada en un sofá, en la eslora de un barco (houseboat se llaman), contemplando los backwaters de Kerala. Durante 24  horas esta casita flotante será nuestra ancla en la  relajación y tranquilidad ya que nuestra única preocupación es observar los canales de agua y la vida que nace de sus ribas. Uf! Que lejos quedan los despertadores que te recuerdan que fuiste a dormir demasiado tarde o el stress que se respira en los pasillos del metro cuando te hipnotiza para que te sumes al caos de carreras cuando ni siquiera tienes prisa...

Al llegar a Allephey el taxista paró delante de una casa "de su amigo" para que nos enseñara la houseboat que él gestionaba. Ya le advertimos que no queríamos visitar a nadie, que nos dejara en una riba donde pudiéramos negociar el precio con los dueños de cada barco. Los cuatro nos negamos a bajar del coche hasta que llegáramos al destino que habíamos concretado, así que el amigo jugó la única carta que le quedaba. Subió en su moto y guió al taxista hasta el amarre de su barco. No nos quedó otra jugada que aceptar ver su houseboat con la condición de que si no nos gustaba o no llegábamos a un acuerdo económico el taxista nos llevaba a visitar otros amarres.
Una hora más tarde tuvimos que dar por perdida la partida, la casa flotante nos gustó y el precio pactado era la mejor oferta que nos hicieron en aquella riba... Trato hecho.

Tras pagar al taxista y al comercial del barco (la comisión del amigo se haría efectiva cuando nosotros no lo viéramos) ya estábamos acomodados en los camarotes. Un barquito de unos 30 metros para nosotros cuatro, con cocinero, camarero/ayudante marinero y capitán del barco. Pareceríamos unos ricachones si no fuera por nuestras pintas de mochileros, deportivas, pantalones quechua de viaje, camisetas anchas para atenuar la sensación de calor y cara de guiris.
Durante el paseo por las dos plantas del barco observé que, pese a tener algunos años, se podía intuir que había sido uno de los más lujosos y nuevos en su época. En la planta de arriba un gran comedor con capacidad para unas 30 personas sentadas cómodamente en hamacas o sillas y sin que faltara el espacio para tomar el sol y otro para ver películas. En la parte inferior estaban situados los cuatro camarotes dobles con grandes ventanas y baño integrado, al final del barco la cocina y en la parte de proa el pequeño salón para tomar el té y el timón para dirigir el barco.
La falta de mantenimiento y la inversión en nuevos barquitos, hizo que el lujoso houseboat quedara relegado a antiguo, sin embargo, conservaba un cierto encanto en los pequeños detalles como las preciosas cerraduras de las habitaciones decoradas en color dorado, haciéndote sentir que estabas en un castillo flotante de una princesa árabe.

Creo que el sofá es el culpable de que mi reloj se haya ralentizado aun más, aquí sentada, dejándome engullir por sus cojines. Los segundos parecen ser el doble de largos dándome tiempo para detener mi mirada en todo aquello que me envuelve.
Gran parte de la población vive del agua de los canales, ya sea para regar las grandes plantaciones, para pescar, para utilizarla como medio de transporte alquilando sus houseboats y sin olvidar el uso de aquella agua para la ducha y limpieza de su colada.

Mientras mi vista se pierde en la cotidianidad de la vida de Allephey, me doy cuenta que yo también soy un pasatiempos para ellos. Dos hombres de mediana edad se pasean por uno de los canales siguiéndome con la mirada mientras se lavan los dientes. Pasados unos segundos alzan su mano para saludarme.
Es curioso, pero hasta ahora no me había parado a pensar que tuvieran una higiene bucal tan bien cuidada,  tienen una dentadura muy blanca! (Quizá el contraste con sus oscuras caras, marrón  tierra, hace que destaque todavía más el blanco de los dientes). No recuerdo haber topado con hindús y necesitar de mi fular-colonia. Así que puedo decir que cuidan bastante su higiene personal. Siempre hay excepciones claro está,  y hay que tener en cuenta que tanto su olor corporal como las temperaturas y la densidad de población no son las mismas que en occidente. Pero en su conjunto y al menos en el sud de India son limpios (Martí no tiene la misma opinión respecto a la dentadura de los hindús del norte, quizá vaya a comprobarlo otro año).
Mi curiosidad sigue despierta. Fijo mi mirada en el interior de las casas, suelen dejar todas las puertas y ventanas abiertas, así que no me resulta difícil observar su interior.  No pretendía encontrar un suelo de parquet reluciente junto a unos muebles de diseño, pero reconozco que esperaba ver mucho desorden. Todo el interior estaba recogido y  limpio, sí, suelo de cemento, muebles que parecen tener más años que yo y ropa para la colada apilonada en sillas, pero es un hogar acogedor. 
Partiendo del aspecto de las calles, que hemos ido viendo durante el viaje, realmente me esperaba unas casas sumidas en el caos. Las calles no las consideran de nadie y dado que el tema de trabajar en la limpieza es un trabajo de las castas más bajas, nadie se preocupa por la limpieza de estas. Tiran al suelo todo, plásticos, comida, envases, agua sucia y todo tipo de objetos a los que no les den uso. Se abre la puerta de un coche y caen 4 bolsas de patatas, abren la ventanilla de un tren y tiran el envoltorio de la comida, sacan las bolsas de basuras de sus casas y las arrojan al rio... a pocos metros se puede ver la acumulación de basuras de aquella semana que el rio todavía no ha conseguido digerir... Una  lástima.  Pero aquí en Allephey parecían tener otras costumbres, los pequeños trozos de tierra donde habitan, se encentran bastante limpios, incluso las entradas a las casas tienen una especie de porche con todo recogido donde se sientan a pasar las horas. Quizá sea porque aquí todos son de casta baja y para no recoger las calles las mantienen limpias, o quizá sea porque el fondo de los backwaters está acumulando los residuos o quizá sólo sea que los backwaters de Kerala invitaban con su tranquilidad, a mantener un cierto orden en sus ribas.

Despierto de mis pensamientos. Sigo en nuestro porche flotante. Los backwaters ya me han atrapado, no me queda más remedio que mimetizarme con los hindúes y en  lo que queda de trayecto,  ver pasar el tiempo. Esperaré tranquilamente las próximas aventuras que India me tiene preparadas. 


Irene.

18 de Agosto de 2013 - El frío inesperado


18 de Agosto de 2013 - El frío inesperado


No recuerdo la última vez que disfruté tanto de una ducha bien caliente, no quería salir de debajo del chorro de agua (que ya había cambiado el tono de mi piel a un rojo intenso) y he alargado el momento tanto como he podido, disfrutando del perfume del champú...



Me habían avisado de que pasaría muchísima calor en India, que sería un calor insoportable, pero desde luego no me habían preparado para el frío que me esperaba en Munnar.



Pero como he llegado a Munnar?



Al llegar a Pondicherry a las 19.00h (hora en la que el sol ya no hace acto de presencia) ya teníamos claro que marcharíamos la próxima noche a Madurai, ya que las visitas que recomendaba la Lonely Planet las podíamos hacer en un solo día.
Lo primero que hicimos al bajar del autobús, fue preguntar si quedaban plazas en el bus público para la siguiente noche. Nos comentaron que pocas y nos señalaron el que partía entonces para que viéramos como era. Creo que mi cara habló por mí, "¿hay que pasar toda una noche en ese autobús que apenas puede reclinarse?" porque Martí descifró lo que pensaba sin que le dijera nada. Autobús público descartado. Tras visitar la estación de tren, otro descarte más por estar full desde hacía dos meses (el vendedor de billetes se rió a nuestra costa por intentar comprarlo con tan sólo una noche de antelación), tan sólo nos quedaba otra opción antes que contratar a un taxista, así que tras dejar las cosas en el hostal fuimos en busca de una compañía de autobús privada que ofreciera el trayecto en un bus-litera. Como no, la "agencia de viajes" (no os dejéis engañar por el nombre, era un zulo con una pequeña mesa, dos sillas y un portátil) la encontramos justo delante del hostal, y ofrecía el trayecto  partiendo a las 21.30h de la próxima noche y llegando a las 4.30h. Con el trayecto contratado para marchar, ya pudimos disfrutar de la llegada a Pundicherry.
Esa misma noche visitamos el paseo frente al mar que tiene la ciudad y dado que habíamos sido unos valientes saliendo sin guía de la habitación, nos perdimos por las callejuelas, sin apenas luces, en busca de un restaurante hindú para cenar. Pese a que llegamos a un restaurante muy decente, debo reconocer que estuve tentada de dar media vuelta un par de calles antes. La ausencia de luz, la suciedad, los olores, los sin techo deambulando por las calles, los grupos de adolescentes con sueños occidentales paseando y los perros que despertaban tras pasar el día escondiéndose del sol abrasante, me producían una sensación de inseguridad, así que apretaba bien fuerte la mano y el brazo de Martí, pero desde luego todo resultó ser pacífico y cordial.



Primera cena de comida hindú conseguida! Esta sí era auténtica! (no como los locales turísticos que habíamos ido encontrando hasta ahora). Comida picante aún habiendo solicitado "no spicy please". En la primera cucharada (todavía no hemos aprendido a comer con las manos como lo hacen aquí) pude saborear los aromas y el sabor intenso de sus salsas. Tras unos segundos el picante empezó a hacer su efecto y pese a que la comida estaba realmente buena, a partir de entonces, era indiferente lo que comiera, todo sabía a picante, y el agua no ayudaba a disimularlo. Primera prueba superada, no me quedé sin cenar. ¿Cuando reaccionaría mi estómago al picante? Eso ya sería otro día.



Al día siguiente, paseando por las calles, puede observar la influencia francesa de la que tanto me había estado hablando Martí e imaginar la infancia del protagonista de la película "la vida de Pi". Casas de cemento, de apenas dos plantas y un tanto señoriales al  estilo hindú, locales con nombres de aspecto francés, calles demasiado amplias y ordenadas para ser India, pero eso sí, en casi todas las entradas en el asfalto de delante de las puertas de entrada había dibujos en tiza. Por suerte puede observar como dibujaban uno. Primero puso puntos de tiza en el asfalto siguiendo pautas horizontales y verticales, luego los unió con diferentes líneas y ondulaciones, creando unos dibujos realmente perfectos. Supongo que ese ritual lo repetían cada día modificando la figura porque en cuestión de dos minutos lo tenía acabado, nada de vacilaciones en los movimientos ni nada de correcciones.



Al medio día ya habíamos recorrido el paseo un par de veces y habíamos visto los puntos destacados de la guía así que fuimos en busca de otro local hindú para comer.
Aunque esta vez llevábamos la guía, el laberinto de calles a pleno sol nos volvió a desorientar y sin previo aviso topé con la dureza de India. Indigentes viviendo a lo largo de un canal de agua, no muy potable al juzgar por su aspecto, sin apenas ropa para cubrir sus esqueléticos cuerpos mientras buscaban entre la basura. Cerré los ojos, encogí el corazón, exhalé profundamente y me dije, "por mucho que no quieras mirar no dejará de existir". Los volví a abrir e intenté no compadecerme de ellos. Una de las niñas encontró algo entre los escombros de basura, se lo entregó a otra para que lo comiera. Ese acto hizo que llorara por dentro, no tenían nada pero compartieron lo que encontraron. Seguí caminando callada, pensativa, absorbida por la imagen de pobreza y dulzura, una combinación explosiva de sentimientos...
Supongo que India te recuerda a cada momento que tras toda su belleza, también existe la cara oscura, y no se esconde de ello, mostrándote ese lado amargo cuando menos te lo esperas.



En el restaurante nos volvieron a servir una excelente comida hindú, platos de metal con la base de hoja de plátano, un vaso lleno de agua que ni tocamos y diversos platos de color y sabor intensos acompañados de arroz hervido. El personal del local estaba dividido en diferentes funciones según la casta, los encargados, los camareros y el que recogía y limpiaba las mesas. A éste último le trataban con desprecio... me ofendí al ver como se dirigían a él, y cuando pasó a recoger nuestra mesa le di las gracias mirándole a los ojos, acto que alegró su cara.
Había sido un día intenso emocionalmente y la calor y las caminatas nos habían dejado cansados, así que tras comer pusimos rumbo ducha y descanso.



Al finalizar el día y la hora que debíamos desalojar la habitación, fuimos en busca del autobús que nos llevaría a nuestro siguiente destino y nos reuniría con dos amigos con los que previamente habíamos quedado, Salva y David. Ellos habían marchado a India tres días antes que nosotros y gracias al wifi de los hostales y al skype instalado en mi ipad (regalo de cumpleaños que me hizo Martí) pudimos hablar para quedar a las 4 de la mañana delante de la puerta del hotel donde ellos dormirían.



Al subir al autobús nos sorprendió gratamente descubrir que tenia dos literas unidas formando una cama de matrimonio, así que un viaje que esperaba ser solitario se convirtió en una noche en una "guest house en movimiento", con el ruido de la lluvia como hilo musical durante gran parte del trayecto.



La llegada a Madurai, para nuestra sorpresa, fue puntual ya que contábamos con dormir un par de horas más suponiendo el retraso (empiezo a pensar que la  famosa impuntualidad de la India no es tan acentuada en el sur-este), pero al menos al despertar pudimos comprobar que la lluvia, la habíamos dejado atrás.
A las 4.40h de la mañana estábamos delante de la puerta del hotel donde dormían nuestros amigos. Cogí el teléfono  llamé a Salva. Desconectado. Acto seguido llamé a David, colgaron la llamada. No pasó ni medio minuto cuando con cara de recién  levantado, apareció Salva por la puerta del hotel dándonos la bienvenida con un fuerte abrazo. El recepcionista del hotel no tuvo ningún reparo en que subiéramos a la misma habitación que ellos para dejar las mochilas y dada la hora que era aprovechamos para dormir los cuatro hasta las 8h.
Tras el desayuno y mientras David y Salva realizaban unas compras, Martí y yo fuimos a visitar el templo más grande del sur de la India, Meenakshi Amman Temple: increíble, precioso, una explosión de colores y formas encabido en medio de una bullicienta ciudad. La entrada al tempo debía hacerse sin calzado y sin cámaras de fotos, así que anduvimos descalzos y a esto me refiero sin calcetines, por todo el templo. Al principio no me hizo ni pizca de gracia, pero tras observar la multitud de gente y el suelo limpio, imaginé que quizá la regla religiosa de descalzarse en templos pudiera deberse a que así el barro no entraba dentro. No obstante, debo reconocer que en algunos rincones del gran templo me fue de gran utilidad haber llevado un fular impregnado de la colonia más intensa que tenía, pudiendo así disfrazar olores que podían producir arcadas si te exponías a ellos durante más de un minuto.
Tras pasear por cuatro calles de Madurai y alguna visita más, que no es digna de ser mencionada, dimos media vuelta para reencontrarnos con nuestros amigos y comer. Deshaciendo el camino topamos con una pareja mayor adinerada de India que quisieron tomar unas fotos con nosotros e intercambiar correos para que se las mandáramos. Tras charlar un rato nos regalarnos un coco para beber y si no hubiese sido por nuestra falta de tiempo, ya que teníamos que comer para coger un taxi después, hasta quisieron invitarnos a acompañarles a un Ashram.
Una vez acabamos de comer, durante el trayecto para ir a coger el taxi que habíamos contratado por la mañana para ir a Munnar, India nos puso a prueba. Unos chicos de apenas 18 años, que trasportaban una docena de viejos tubos en un carromato, al girar en una de las calles, uno de los tubos impregnó de grasa los pantalones de Martí. Acto seguido a lo ocurrido, un hindú que presenció el pequeño accidente y que se dedicaba a arreglar zapatos y limpiarlos, nos  llamó, cogió el pantalón manchado y con una navaja que tenía a su alcance limpió los pegotes de grasa. Martí como agradecimiento sacó 100 rupias que el zapatero no quiso, negándose con la cabeza y retirando la mano, dándonos a entender que no lo hizo por dinero, sino por ayudarnos. Lección aprendida: Existe la humanidad, actuaciones sin intereses. No obstante, tras nuestra insistencia acabó aceptando nuestra manera de agradecerle su ayuda.



De camino a Munnar en taxi, 160Km y 4horas de trayecto, pudimos ver unos paisajes que dejaban con la boca abierta a cualquiera. Hectáreas de plantaciones de té, lagos y montañas hasta donde nuestras vistas alcanzaban. Eso sí, las dos últimas horas del camino hasta llegar a nuestro destino, era mejor no mirar la calzada de la carretera, y creer a pies juntillas en la conducción del taxista. Subida de 0 a 1.500 metros, podéis imaginar los precipicios que había, añadiendo el agravio de que la velocidad en las curvas no era precisamente de mi agrado (me encanta ir despacio para evitar mareos). Pese a ser de doble dirección la calzada los coches circulan por el medio, con buena o mala visibilidad, siendo el claxon el encargado de avisar que hay un coche con intenciones de pasar sin dejar preferencia (regla que siguen todos los conductores, me sorprende que solo haya presenciado un "aii.. uf! casi!). Ahí estábamos los cuatro, riéndonos de la situación, haciendo bromas para evitar pegar alguna colleja al taxista.



Cuanto más nos acercábamos a nuestro destino, la noche se imponía con mayor oscuridad, la temperatura descendía y la niebla empezaba a hacer acto de presencia, momento en el que el conductor decidió encender las luces. Casi le aplaudo para darle la enhorabuena por haber encontrado el interruptor antes de quedarnos totalmente a oscuras, llegué a pensar que tenia super poderes para ver la carretera.



Al llegar a nuestro destino, contratamos al dueño de Green View, guest house donde dormiríamos las próximas tres noches, un trekking por las plantaciones de té, subida a dos montañas para disfrutar de las vistas y de la diversidad de especias y frutos que se hallaban por el camino, finalizando con una comida hindú para después volver en jeep a las 18.00h.



El despertador sonó a las 7h, aunque no me levanté hasta que a las 7.10h cuando vino el dueño del hostal para avisarnos de que a las 7.30h teníamos que estar en el hall,  donde nos esperaba un pequeño desayuno compuesto de té y galletas. Salté de la cama, me vestí y preparé la cámara de fotos, mientras  Martí preparaba la mochila.
- Coge los chubasqueros - Le comenté.
- Se espera buen tiempo, ¿para que cogerlos?
Acto seguido pensé "estoy en India, época que empieza el monzón, no me fío de ninguna predicción".
- Pues al menos coge el mío - Respondí.
Entre refunfuños lo metió en la mochila.



En la puerta de nos esperaba un jeep y no uno precisamente de cinco puertas, sino   uno con amplias ventanas ya que las puertas brillaban por su ausencia y en su lugar habían telas de plástico transparente (las ventanillas) y el resto color verde militar. Tras un par de kilómetros "saltarines" por los hoyos en la carretera de barro, nos hicieron bajar para empezar nuestra excursión, subir la montaña que veíamos ante nosotros.



Desde el primer momento que empezamos a caminar entre las plantaciones de té me debatía entre la sensación de grandeza ante tan bellas vistas y los fríos sudores que mi cuerpo experimentaba para entonces. Cada parada del guía para darnos las explicaciones oportunas (en un inglés casi perfecto, ya que aquí se puede considerar la segunda lengua oficial), mi cuerpo solicitaba seguir caminando para justificar la sensación de calor por el esfuerzo y de frío por la temperatura ambiente. Pero una no puede ir contra lo que dictamina su cuerpo, así que cinco minutos antes de llegar al primer punto para desayunar, el picante que se encontraba sin poder ser digerido por mi estómago hizo su efecto (no soy médico, así que quizá no fuera culpa del picante, pero me gusta encontrar alguna justificación razonable).
En la primera parada, el desayuno, acompañado de unas vistas espectaculares, consistió en white tea, toasts whith jam, boiled eggs, bananas and pinapple, aunque más tarde descubriríamos que tuvimos compañía y que la sangre de Martí también fue desayuno de un intruso.
Como la fina lluvia que nos había acompañado era muy soportable, el cielo no indicaba tormenta, yo ya no tenía sudores fríos y los cuatro teníamos ganas de caminar, decidimos seguir adelante, acabar el recorrido de todo el día en vez de volvernos al hostal como hizo un grupo de chicas. Pensé "que flojas, si solo llevamos unas horas" y por un instante me sentí en forma.
Cuando el sol se impuso a las nubes, nos embadurnamos de crema solar para no quemarnos. La ilusión de un día radiante apenas duró cinco minutos. Cuando guardé la crema solar, el sol hizo lo mismo.
Al entrar en la segunda montaña la lluvia volvió a hacer acto de presencia pero esta vez sin rodeos, nada de una fina lluvia. En ese momento el monzón hizo valer su  nombre. Rápidamente me puse el chubasquero que había costado refunfuños a Martí esa mañana. El guía preguntó si todos teníamos para cubrirnos y al ver a Martí sin nada buscó en su mochila sin éxito  Por suerte una de las dos chicas que se habían quedado para acabar el trekking, llevaba un chubasquero roto en su mochila para emergencias. Martí me miró con ojos pícaros asumiendo la frase "te lo dije". Me limité a sonreirle.
El camino por el que estábamos andando pasó a convertirse en un riachuelo que íbamos sorteando para no mojar nuestras bambas, pero tras una hora caminando bajo el monzón ya no importaba donde ponías los pies. El calzado estaba completamente inundado y apenas quedaba un trozo de pantalón seco. Empezaba a pensar que las chicas dieron media vuelta al preveer lluvia y no porque estuvieran cansadas.... Me las imaginaba sentadas en una mesa viendo llover y riéndose de los que habíamos seguido el trekking. Ese pensamiento me hizo reírme de mi misma, la verdad es que la situación vista desde fuera era divertida, así que opté por dejarme llevar y disfrutar del momento, caminando como si llevara botas de agua salpicando tanto como podía, recordando los días de lluvia con mis hermanas.



Al llegar a un pequeño cobertizo nos resguardamos durante media hora para descansar y esperar  a que la lluvia cesara, por suerte así lo hizo y seguimos nuestro trekking caminando por plantaciones de especias, frutas y abundante vegetación.



El guía señaló la pierna izquierda de Martí. Todo el grupo (nosotros cuatro más las dos chicas suizas) pusimos nuestras miradas justo donde señalaba el dedo. Una mancha de sangre seca asomaba por el pequeño agujero que quedaba sobre  la parte externa del muslo a la altura de su rodilla.
- Lich - Aclaró el guía al resto del grupo, porque yo desconocía el significado y me quedé igual. Miré a Martí algo asustada.
- Estás bien? Te duele?
- Ni me he enterado, tranquila, ha sido sólo una sanguijuela. - Le dejó tres heridas pero sin rastro del acompañante no bienvenido.
El guía aprovechó para explicarnos que mientras están chupando la sangre no se pueden quitar porque la herida podría infectarse. Se debe poner sal para que ellas solas se suelten y caigan y que en el mejor de los casos, como era este, en el que ya habían acabado el banquete, se sueltan y se dejan caer y se van sin que te enteres.
Ya llevábamos bastantes horas caminando cuando mi rodilla izquierda decidió rendirse y empezar a quejarse y por mucho que yo me empeñara en caminar normal, ella no me dejaba doblar la pierna, así que de una rama hice un bastón. Un tanto triste fue la imagen de una chica de 27 años con un bastón en la mano para bajar una rampa con bastante inclinación, mientras que un anciano la subí con los brazos cruzados en su espalda... Entendí que no estaba tan en forma como había creído horas antes.
Una vez finalizamos la excursión nos llevaron a comer donde pudimos comprobar la  destreza de las dos chicas comiendo al estilo hindú con la mano derecha. Admirable  de verdad, porque yo acabaré l viaje y preferiré seguir utilizando la cuchara, no sabría comer cualquier textura utilizando cinco dedos. Llevaban un mes y medio en India, haciendo un voluntariado y después viajando.Se habían integrado perfectamente con     algunas de sus costumbres.



Tras comer, vuelta al hostal.
No puedo negar que durante los 15km que duró el trekking pudimos contemplar hectáreas verdes, poblaciones, diversas plantaciones de especias y niebla que nos envolvía, pero tampoco puedo negar que me quedé calada hasta los huesos por la   lluvia que nos acompañó durante unas dos horas del trayecto dejando los chubasqueros como una herramienta inútil  Al fin y al cabo sólo era agua, pero dadas las temperaturas de Munnar, el frío quedó perpetuamente integrado en mí hasta el momento de girar hacia la izquierda el grifo del agua caliente.



Mañana, que será nuestro segundo día en Munnar, aprovecharemos para poner la ropa a lavar, pasar el día entre miradores y tiendas de té y especias, descansando un poco nuestras piernas y mi rodilla del trekking de hoy y preparándonos para nuestro siguiente destino, Allephey, donde se encuentran algunos de los cientos de backwaters del estado de Kerala.




15 de agosto de 2013


Curiosamente nuestro vuelo a Madrás partió con 40 min de demora, justo los que nos hubieran bastado para no perder el anterior vuelo. C'est la vie!  
Una vez obtuvimos un fajo de billetes hindúes, que no por ello eran muchos euros, ya que apenas ascendían a unos 250€, nos dispusimos a pisar tierra no aeroportuaria de India y por suerte la lluvia, que había estado amenazando todo el día, había cesado para darnos la bienvenida, aunque no nos daría mucha tregua. 
Nuestro primer destino era Mamallapuram, a un par de horas en taxi desde el aeropuerto. Las ganas que tenía de conocer y sentir esta tierra me empujaron a decidir hacer el trayecto como cualquier hindú, y en este caso en un tren regional y un autobús. 
Allí estábamos, cruzando el subway para acceder a la estación de tren, que pese a estar en reformas tenía un aspecto tétrico, con goteras por todos lados y charcos enormes con piedras estrategicamente colocadas, para poder sortearlos sin apenas mojarte. 
Compramos dos billetes, que minutos más tarde descubrimos que eran de "clase oveja", ya que al subir al vagón menos aglomerado de hindús, un pasajero nos "invitó" a marchar porque estábamos en el vagón de "clase alta". Todavía me pregunto como supo que nuestros billetes de tren no eran de "su clase" cuando no los enseñamos en ningún momento, ¿quizá nuestras caras de novatos delataron algo?. La única diferencia que encontré entre el primer vagón y el segundo, donde proseguimos el viaje, fue el número de pasajeros que contenía, y como es de suponer, en este último triplicaban seguro el número máximo de pasajeros. Puertas sin cerrar y ventanas sucias a medio romper eran suficiente para substituir al aire acondicionado, una circulación de aire durante el trayecto necesario para hacerlo más llevadero ya que apenas había espacio entre un pasajero y otro. Las mujeres tienen un vagón especial "I class laides", que sintiéndolo mucho yo no respeté y subí con Martí en un vagón que aparentemente era solo de hombres. Pude ver, a mano izquierda, una mujer entre ellos  algo que me ayudó a no sentir que estaba incomodando, con mi presencia, al resto de indios que nos acompañaban en el trayecto. A mano derecha, y separado por una valla que impedía el acceso al otro lado del vagón, se encontraban  las mujeres hindúes, sentadas sobre un especie de bancos a lo ancho del tren sin respetar el espacio mínimo de separación, que en occidente necesitamos para no sentirnos incomodados, para ganar un par o tres de sitios más. Creo que por un instantes todas fijaron su mirada en mi, me examinaron para luego proseguir con sus conversaciones. 
Al llegar a la cuarta parada bajamos en busca del autobús que no debería quedar muy lejos. Aquí no sirve la frase de "tu sigue a la gente", frase a la que siempre recurre mi madre cuando le pregunto que dirección debo coger al salir del tren para ir a la playa. Aquí había gente para todas las direcciones, era imposible observar un destino común, pero decidimos girar a mano izquierda tras subir el puente. La India que se presentó ante mis ojos fue una de las más duras y crueles que había presenciado hasta entonces. Pobreza, vida cotidiana, personas vendiendo fruta, pies descalzos con las uñas negras, largas y rotas, gente yendo y viniendo en todas las direcciones, olor a humedad intensa... Sin embargo no desprendían tristeza. Tararean canciones, cantan los precios de las frutas que venden, pasos con decisión por el pasillo, un caos ordenado.
Puede que en Barcelona mi sentido de la orientación no sea de fiar en absoluto, pero aquí fue muy efectivo para encontrar la parada por donde pasó nuestro autobús hacia Mamalapuran.
Dos horas en un autobús destartalado, sin cinturón, sin puertas y seguramente sin pasar la ITV hindú, pero un viaje muy agradable. Una ruta por Chenai acompañada de cláxones, paraditas de comida, niños saliendo de las escuelas, motos con tres pasajeros sin casco, casas se colores, edificios con ventanas sin cristales y una vez dejamos atrás    la ciudad empiezan los paisajes eternamente verdes, con alguna frenada que otra que me despiertan de un sueño ligero. Un sin fin de nuevas sensaciones para mis sentidos durante dos horas por tan solo 40 rupias, 50 céntimos de euro. 
Una vez llegamos al destino, cuatro o cinco tuc-tucs nos esperaban para regatear el precio y llevarnos hasta la guest house que les indiquemos. "One minute please" pedimos para que nos dejen respirar tras el viaje y mirar en la Lonley planet que alojamientos recomendaba. Tras decidirnos  por "Lakshmi lodge" tenemos la enorme suerte (si hubiéramos escogido otra guest house creo que la suerte hubiera sido la misma) de que el Tuk-turero era primo del dueño del local y nos ofreció llevarnos gratis hasta nuestro destino. No pude verlo, pero estoy segura de que se llevó una suculenta comisión del local por llevarles a dos huéspedes. 
Escogimos la habitación con cama doble, mosquitera, ventilador y baño integrado. La habitación no tenia nada del otro mundo y quizá la cama no era tan cómoda como nos pareció al poder dormir decentemente tras dos noches de viaje, pero para mi fue perfecta para lo que imaginaba encontrar. Paredes de color azul cielo, dos bloques de cemento horizontales de aproximadamente un metro que sobresalían de la pared hacinado la función de armario, una cama sencilla con un colchón fino pero lo suficientemente ancho como para no tocar la tabla de madera que hacía de somier y el detalle más importante, decorada con una mosquitera verde y cuadrada que me proporcionaría la tranquilidad de que ningún  intruso pequeño o grande interrumpiera  mi descanso. El baño, pese a estar limpio a modo Asiático, no ha sido conservado con el mantenimiento adecuado y se encuentra situado en un cuarto rectangular con racholas y cemento, formando un aspecto un tanto siniestro. 
Tras deshacer las maletas y darnos una ducha necesitada nos disponemos a las seis de la tarde a visitar un poco de Mamalapuran. La lluvia hizo acto de presencia para acompañarnos a partir de entonces, pero en su defensa diré que no era ni la sombra del Monzón, tan sólo era una fina lluvia que refrescaba el ambiente para que no pasáramos tanta calor. Es un pueblo costero y su larga playa esta bañada de barquitas pesqueras atracadas sobre la arena. Contienen diferentes colores llamativos, pero lo que más llama la atención son sus motores viejos y sucios con más de cincuenta reparaciones a sus espaldas. Como la suciedad es algo característico de la India, gran parte de la arena esta pintada de manchas negras de gasolina y pese a que es una pena que no conserven su entorno, el paisaje en su conjunto es muy bonito de observar, como si estuviéramos viviendo la infancia de nuestros abuelos. 
El día ha sido muy largo, y tras una cena sin picante por recurrir a un chiringuito de guiris, nos vamos a la habitación para recuperar fuerzas y cargar las pilas.