15 de agosto de 2013


Curiosamente nuestro vuelo a Madrás partió con 40 min de demora, justo los que nos hubieran bastado para no perder el anterior vuelo. C'est la vie!  
Una vez obtuvimos un fajo de billetes hindúes, que no por ello eran muchos euros, ya que apenas ascendían a unos 250€, nos dispusimos a pisar tierra no aeroportuaria de India y por suerte la lluvia, que había estado amenazando todo el día, había cesado para darnos la bienvenida, aunque no nos daría mucha tregua. 
Nuestro primer destino era Mamallapuram, a un par de horas en taxi desde el aeropuerto. Las ganas que tenía de conocer y sentir esta tierra me empujaron a decidir hacer el trayecto como cualquier hindú, y en este caso en un tren regional y un autobús. 
Allí estábamos, cruzando el subway para acceder a la estación de tren, que pese a estar en reformas tenía un aspecto tétrico, con goteras por todos lados y charcos enormes con piedras estrategicamente colocadas, para poder sortearlos sin apenas mojarte. 
Compramos dos billetes, que minutos más tarde descubrimos que eran de "clase oveja", ya que al subir al vagón menos aglomerado de hindús, un pasajero nos "invitó" a marchar porque estábamos en el vagón de "clase alta". Todavía me pregunto como supo que nuestros billetes de tren no eran de "su clase" cuando no los enseñamos en ningún momento, ¿quizá nuestras caras de novatos delataron algo?. La única diferencia que encontré entre el primer vagón y el segundo, donde proseguimos el viaje, fue el número de pasajeros que contenía, y como es de suponer, en este último triplicaban seguro el número máximo de pasajeros. Puertas sin cerrar y ventanas sucias a medio romper eran suficiente para substituir al aire acondicionado, una circulación de aire durante el trayecto necesario para hacerlo más llevadero ya que apenas había espacio entre un pasajero y otro. Las mujeres tienen un vagón especial "I class laides", que sintiéndolo mucho yo no respeté y subí con Martí en un vagón que aparentemente era solo de hombres. Pude ver, a mano izquierda, una mujer entre ellos  algo que me ayudó a no sentir que estaba incomodando, con mi presencia, al resto de indios que nos acompañaban en el trayecto. A mano derecha, y separado por una valla que impedía el acceso al otro lado del vagón, se encontraban  las mujeres hindúes, sentadas sobre un especie de bancos a lo ancho del tren sin respetar el espacio mínimo de separación, que en occidente necesitamos para no sentirnos incomodados, para ganar un par o tres de sitios más. Creo que por un instantes todas fijaron su mirada en mi, me examinaron para luego proseguir con sus conversaciones. 
Al llegar a la cuarta parada bajamos en busca del autobús que no debería quedar muy lejos. Aquí no sirve la frase de "tu sigue a la gente", frase a la que siempre recurre mi madre cuando le pregunto que dirección debo coger al salir del tren para ir a la playa. Aquí había gente para todas las direcciones, era imposible observar un destino común, pero decidimos girar a mano izquierda tras subir el puente. La India que se presentó ante mis ojos fue una de las más duras y crueles que había presenciado hasta entonces. Pobreza, vida cotidiana, personas vendiendo fruta, pies descalzos con las uñas negras, largas y rotas, gente yendo y viniendo en todas las direcciones, olor a humedad intensa... Sin embargo no desprendían tristeza. Tararean canciones, cantan los precios de las frutas que venden, pasos con decisión por el pasillo, un caos ordenado.
Puede que en Barcelona mi sentido de la orientación no sea de fiar en absoluto, pero aquí fue muy efectivo para encontrar la parada por donde pasó nuestro autobús hacia Mamalapuran.
Dos horas en un autobús destartalado, sin cinturón, sin puertas y seguramente sin pasar la ITV hindú, pero un viaje muy agradable. Una ruta por Chenai acompañada de cláxones, paraditas de comida, niños saliendo de las escuelas, motos con tres pasajeros sin casco, casas se colores, edificios con ventanas sin cristales y una vez dejamos atrás    la ciudad empiezan los paisajes eternamente verdes, con alguna frenada que otra que me despiertan de un sueño ligero. Un sin fin de nuevas sensaciones para mis sentidos durante dos horas por tan solo 40 rupias, 50 céntimos de euro. 
Una vez llegamos al destino, cuatro o cinco tuc-tucs nos esperaban para regatear el precio y llevarnos hasta la guest house que les indiquemos. "One minute please" pedimos para que nos dejen respirar tras el viaje y mirar en la Lonley planet que alojamientos recomendaba. Tras decidirnos  por "Lakshmi lodge" tenemos la enorme suerte (si hubiéramos escogido otra guest house creo que la suerte hubiera sido la misma) de que el Tuk-turero era primo del dueño del local y nos ofreció llevarnos gratis hasta nuestro destino. No pude verlo, pero estoy segura de que se llevó una suculenta comisión del local por llevarles a dos huéspedes. 
Escogimos la habitación con cama doble, mosquitera, ventilador y baño integrado. La habitación no tenia nada del otro mundo y quizá la cama no era tan cómoda como nos pareció al poder dormir decentemente tras dos noches de viaje, pero para mi fue perfecta para lo que imaginaba encontrar. Paredes de color azul cielo, dos bloques de cemento horizontales de aproximadamente un metro que sobresalían de la pared hacinado la función de armario, una cama sencilla con un colchón fino pero lo suficientemente ancho como para no tocar la tabla de madera que hacía de somier y el detalle más importante, decorada con una mosquitera verde y cuadrada que me proporcionaría la tranquilidad de que ningún  intruso pequeño o grande interrumpiera  mi descanso. El baño, pese a estar limpio a modo Asiático, no ha sido conservado con el mantenimiento adecuado y se encuentra situado en un cuarto rectangular con racholas y cemento, formando un aspecto un tanto siniestro. 
Tras deshacer las maletas y darnos una ducha necesitada nos disponemos a las seis de la tarde a visitar un poco de Mamalapuran. La lluvia hizo acto de presencia para acompañarnos a partir de entonces, pero en su defensa diré que no era ni la sombra del Monzón, tan sólo era una fina lluvia que refrescaba el ambiente para que no pasáramos tanta calor. Es un pueblo costero y su larga playa esta bañada de barquitas pesqueras atracadas sobre la arena. Contienen diferentes colores llamativos, pero lo que más llama la atención son sus motores viejos y sucios con más de cincuenta reparaciones a sus espaldas. Como la suciedad es algo característico de la India, gran parte de la arena esta pintada de manchas negras de gasolina y pese a que es una pena que no conserven su entorno, el paisaje en su conjunto es muy bonito de observar, como si estuviéramos viviendo la infancia de nuestros abuelos. 
El día ha sido muy largo, y tras una cena sin picante por recurrir a un chiringuito de guiris, nos vamos a la habitación para recuperar fuerzas y cargar las pilas.

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