18 de Agosto de 2013 - El frío inesperado


18 de Agosto de 2013 - El frío inesperado


No recuerdo la última vez que disfruté tanto de una ducha bien caliente, no quería salir de debajo del chorro de agua (que ya había cambiado el tono de mi piel a un rojo intenso) y he alargado el momento tanto como he podido, disfrutando del perfume del champú...



Me habían avisado de que pasaría muchísima calor en India, que sería un calor insoportable, pero desde luego no me habían preparado para el frío que me esperaba en Munnar.



Pero como he llegado a Munnar?



Al llegar a Pondicherry a las 19.00h (hora en la que el sol ya no hace acto de presencia) ya teníamos claro que marcharíamos la próxima noche a Madurai, ya que las visitas que recomendaba la Lonely Planet las podíamos hacer en un solo día.
Lo primero que hicimos al bajar del autobús, fue preguntar si quedaban plazas en el bus público para la siguiente noche. Nos comentaron que pocas y nos señalaron el que partía entonces para que viéramos como era. Creo que mi cara habló por mí, "¿hay que pasar toda una noche en ese autobús que apenas puede reclinarse?" porque Martí descifró lo que pensaba sin que le dijera nada. Autobús público descartado. Tras visitar la estación de tren, otro descarte más por estar full desde hacía dos meses (el vendedor de billetes se rió a nuestra costa por intentar comprarlo con tan sólo una noche de antelación), tan sólo nos quedaba otra opción antes que contratar a un taxista, así que tras dejar las cosas en el hostal fuimos en busca de una compañía de autobús privada que ofreciera el trayecto en un bus-litera. Como no, la "agencia de viajes" (no os dejéis engañar por el nombre, era un zulo con una pequeña mesa, dos sillas y un portátil) la encontramos justo delante del hostal, y ofrecía el trayecto  partiendo a las 21.30h de la próxima noche y llegando a las 4.30h. Con el trayecto contratado para marchar, ya pudimos disfrutar de la llegada a Pundicherry.
Esa misma noche visitamos el paseo frente al mar que tiene la ciudad y dado que habíamos sido unos valientes saliendo sin guía de la habitación, nos perdimos por las callejuelas, sin apenas luces, en busca de un restaurante hindú para cenar. Pese a que llegamos a un restaurante muy decente, debo reconocer que estuve tentada de dar media vuelta un par de calles antes. La ausencia de luz, la suciedad, los olores, los sin techo deambulando por las calles, los grupos de adolescentes con sueños occidentales paseando y los perros que despertaban tras pasar el día escondiéndose del sol abrasante, me producían una sensación de inseguridad, así que apretaba bien fuerte la mano y el brazo de Martí, pero desde luego todo resultó ser pacífico y cordial.



Primera cena de comida hindú conseguida! Esta sí era auténtica! (no como los locales turísticos que habíamos ido encontrando hasta ahora). Comida picante aún habiendo solicitado "no spicy please". En la primera cucharada (todavía no hemos aprendido a comer con las manos como lo hacen aquí) pude saborear los aromas y el sabor intenso de sus salsas. Tras unos segundos el picante empezó a hacer su efecto y pese a que la comida estaba realmente buena, a partir de entonces, era indiferente lo que comiera, todo sabía a picante, y el agua no ayudaba a disimularlo. Primera prueba superada, no me quedé sin cenar. ¿Cuando reaccionaría mi estómago al picante? Eso ya sería otro día.



Al día siguiente, paseando por las calles, puede observar la influencia francesa de la que tanto me había estado hablando Martí e imaginar la infancia del protagonista de la película "la vida de Pi". Casas de cemento, de apenas dos plantas y un tanto señoriales al  estilo hindú, locales con nombres de aspecto francés, calles demasiado amplias y ordenadas para ser India, pero eso sí, en casi todas las entradas en el asfalto de delante de las puertas de entrada había dibujos en tiza. Por suerte puede observar como dibujaban uno. Primero puso puntos de tiza en el asfalto siguiendo pautas horizontales y verticales, luego los unió con diferentes líneas y ondulaciones, creando unos dibujos realmente perfectos. Supongo que ese ritual lo repetían cada día modificando la figura porque en cuestión de dos minutos lo tenía acabado, nada de vacilaciones en los movimientos ni nada de correcciones.



Al medio día ya habíamos recorrido el paseo un par de veces y habíamos visto los puntos destacados de la guía así que fuimos en busca de otro local hindú para comer.
Aunque esta vez llevábamos la guía, el laberinto de calles a pleno sol nos volvió a desorientar y sin previo aviso topé con la dureza de India. Indigentes viviendo a lo largo de un canal de agua, no muy potable al juzgar por su aspecto, sin apenas ropa para cubrir sus esqueléticos cuerpos mientras buscaban entre la basura. Cerré los ojos, encogí el corazón, exhalé profundamente y me dije, "por mucho que no quieras mirar no dejará de existir". Los volví a abrir e intenté no compadecerme de ellos. Una de las niñas encontró algo entre los escombros de basura, se lo entregó a otra para que lo comiera. Ese acto hizo que llorara por dentro, no tenían nada pero compartieron lo que encontraron. Seguí caminando callada, pensativa, absorbida por la imagen de pobreza y dulzura, una combinación explosiva de sentimientos...
Supongo que India te recuerda a cada momento que tras toda su belleza, también existe la cara oscura, y no se esconde de ello, mostrándote ese lado amargo cuando menos te lo esperas.



En el restaurante nos volvieron a servir una excelente comida hindú, platos de metal con la base de hoja de plátano, un vaso lleno de agua que ni tocamos y diversos platos de color y sabor intensos acompañados de arroz hervido. El personal del local estaba dividido en diferentes funciones según la casta, los encargados, los camareros y el que recogía y limpiaba las mesas. A éste último le trataban con desprecio... me ofendí al ver como se dirigían a él, y cuando pasó a recoger nuestra mesa le di las gracias mirándole a los ojos, acto que alegró su cara.
Había sido un día intenso emocionalmente y la calor y las caminatas nos habían dejado cansados, así que tras comer pusimos rumbo ducha y descanso.



Al finalizar el día y la hora que debíamos desalojar la habitación, fuimos en busca del autobús que nos llevaría a nuestro siguiente destino y nos reuniría con dos amigos con los que previamente habíamos quedado, Salva y David. Ellos habían marchado a India tres días antes que nosotros y gracias al wifi de los hostales y al skype instalado en mi ipad (regalo de cumpleaños que me hizo Martí) pudimos hablar para quedar a las 4 de la mañana delante de la puerta del hotel donde ellos dormirían.



Al subir al autobús nos sorprendió gratamente descubrir que tenia dos literas unidas formando una cama de matrimonio, así que un viaje que esperaba ser solitario se convirtió en una noche en una "guest house en movimiento", con el ruido de la lluvia como hilo musical durante gran parte del trayecto.



La llegada a Madurai, para nuestra sorpresa, fue puntual ya que contábamos con dormir un par de horas más suponiendo el retraso (empiezo a pensar que la  famosa impuntualidad de la India no es tan acentuada en el sur-este), pero al menos al despertar pudimos comprobar que la lluvia, la habíamos dejado atrás.
A las 4.40h de la mañana estábamos delante de la puerta del hotel donde dormían nuestros amigos. Cogí el teléfono  llamé a Salva. Desconectado. Acto seguido llamé a David, colgaron la llamada. No pasó ni medio minuto cuando con cara de recién  levantado, apareció Salva por la puerta del hotel dándonos la bienvenida con un fuerte abrazo. El recepcionista del hotel no tuvo ningún reparo en que subiéramos a la misma habitación que ellos para dejar las mochilas y dada la hora que era aprovechamos para dormir los cuatro hasta las 8h.
Tras el desayuno y mientras David y Salva realizaban unas compras, Martí y yo fuimos a visitar el templo más grande del sur de la India, Meenakshi Amman Temple: increíble, precioso, una explosión de colores y formas encabido en medio de una bullicienta ciudad. La entrada al tempo debía hacerse sin calzado y sin cámaras de fotos, así que anduvimos descalzos y a esto me refiero sin calcetines, por todo el templo. Al principio no me hizo ni pizca de gracia, pero tras observar la multitud de gente y el suelo limpio, imaginé que quizá la regla religiosa de descalzarse en templos pudiera deberse a que así el barro no entraba dentro. No obstante, debo reconocer que en algunos rincones del gran templo me fue de gran utilidad haber llevado un fular impregnado de la colonia más intensa que tenía, pudiendo así disfrazar olores que podían producir arcadas si te exponías a ellos durante más de un minuto.
Tras pasear por cuatro calles de Madurai y alguna visita más, que no es digna de ser mencionada, dimos media vuelta para reencontrarnos con nuestros amigos y comer. Deshaciendo el camino topamos con una pareja mayor adinerada de India que quisieron tomar unas fotos con nosotros e intercambiar correos para que se las mandáramos. Tras charlar un rato nos regalarnos un coco para beber y si no hubiese sido por nuestra falta de tiempo, ya que teníamos que comer para coger un taxi después, hasta quisieron invitarnos a acompañarles a un Ashram.
Una vez acabamos de comer, durante el trayecto para ir a coger el taxi que habíamos contratado por la mañana para ir a Munnar, India nos puso a prueba. Unos chicos de apenas 18 años, que trasportaban una docena de viejos tubos en un carromato, al girar en una de las calles, uno de los tubos impregnó de grasa los pantalones de Martí. Acto seguido a lo ocurrido, un hindú que presenció el pequeño accidente y que se dedicaba a arreglar zapatos y limpiarlos, nos  llamó, cogió el pantalón manchado y con una navaja que tenía a su alcance limpió los pegotes de grasa. Martí como agradecimiento sacó 100 rupias que el zapatero no quiso, negándose con la cabeza y retirando la mano, dándonos a entender que no lo hizo por dinero, sino por ayudarnos. Lección aprendida: Existe la humanidad, actuaciones sin intereses. No obstante, tras nuestra insistencia acabó aceptando nuestra manera de agradecerle su ayuda.



De camino a Munnar en taxi, 160Km y 4horas de trayecto, pudimos ver unos paisajes que dejaban con la boca abierta a cualquiera. Hectáreas de plantaciones de té, lagos y montañas hasta donde nuestras vistas alcanzaban. Eso sí, las dos últimas horas del camino hasta llegar a nuestro destino, era mejor no mirar la calzada de la carretera, y creer a pies juntillas en la conducción del taxista. Subida de 0 a 1.500 metros, podéis imaginar los precipicios que había, añadiendo el agravio de que la velocidad en las curvas no era precisamente de mi agrado (me encanta ir despacio para evitar mareos). Pese a ser de doble dirección la calzada los coches circulan por el medio, con buena o mala visibilidad, siendo el claxon el encargado de avisar que hay un coche con intenciones de pasar sin dejar preferencia (regla que siguen todos los conductores, me sorprende que solo haya presenciado un "aii.. uf! casi!). Ahí estábamos los cuatro, riéndonos de la situación, haciendo bromas para evitar pegar alguna colleja al taxista.



Cuanto más nos acercábamos a nuestro destino, la noche se imponía con mayor oscuridad, la temperatura descendía y la niebla empezaba a hacer acto de presencia, momento en el que el conductor decidió encender las luces. Casi le aplaudo para darle la enhorabuena por haber encontrado el interruptor antes de quedarnos totalmente a oscuras, llegué a pensar que tenia super poderes para ver la carretera.



Al llegar a nuestro destino, contratamos al dueño de Green View, guest house donde dormiríamos las próximas tres noches, un trekking por las plantaciones de té, subida a dos montañas para disfrutar de las vistas y de la diversidad de especias y frutos que se hallaban por el camino, finalizando con una comida hindú para después volver en jeep a las 18.00h.



El despertador sonó a las 7h, aunque no me levanté hasta que a las 7.10h cuando vino el dueño del hostal para avisarnos de que a las 7.30h teníamos que estar en el hall,  donde nos esperaba un pequeño desayuno compuesto de té y galletas. Salté de la cama, me vestí y preparé la cámara de fotos, mientras  Martí preparaba la mochila.
- Coge los chubasqueros - Le comenté.
- Se espera buen tiempo, ¿para que cogerlos?
Acto seguido pensé "estoy en India, época que empieza el monzón, no me fío de ninguna predicción".
- Pues al menos coge el mío - Respondí.
Entre refunfuños lo metió en la mochila.



En la puerta de nos esperaba un jeep y no uno precisamente de cinco puertas, sino   uno con amplias ventanas ya que las puertas brillaban por su ausencia y en su lugar habían telas de plástico transparente (las ventanillas) y el resto color verde militar. Tras un par de kilómetros "saltarines" por los hoyos en la carretera de barro, nos hicieron bajar para empezar nuestra excursión, subir la montaña que veíamos ante nosotros.



Desde el primer momento que empezamos a caminar entre las plantaciones de té me debatía entre la sensación de grandeza ante tan bellas vistas y los fríos sudores que mi cuerpo experimentaba para entonces. Cada parada del guía para darnos las explicaciones oportunas (en un inglés casi perfecto, ya que aquí se puede considerar la segunda lengua oficial), mi cuerpo solicitaba seguir caminando para justificar la sensación de calor por el esfuerzo y de frío por la temperatura ambiente. Pero una no puede ir contra lo que dictamina su cuerpo, así que cinco minutos antes de llegar al primer punto para desayunar, el picante que se encontraba sin poder ser digerido por mi estómago hizo su efecto (no soy médico, así que quizá no fuera culpa del picante, pero me gusta encontrar alguna justificación razonable).
En la primera parada, el desayuno, acompañado de unas vistas espectaculares, consistió en white tea, toasts whith jam, boiled eggs, bananas and pinapple, aunque más tarde descubriríamos que tuvimos compañía y que la sangre de Martí también fue desayuno de un intruso.
Como la fina lluvia que nos había acompañado era muy soportable, el cielo no indicaba tormenta, yo ya no tenía sudores fríos y los cuatro teníamos ganas de caminar, decidimos seguir adelante, acabar el recorrido de todo el día en vez de volvernos al hostal como hizo un grupo de chicas. Pensé "que flojas, si solo llevamos unas horas" y por un instante me sentí en forma.
Cuando el sol se impuso a las nubes, nos embadurnamos de crema solar para no quemarnos. La ilusión de un día radiante apenas duró cinco minutos. Cuando guardé la crema solar, el sol hizo lo mismo.
Al entrar en la segunda montaña la lluvia volvió a hacer acto de presencia pero esta vez sin rodeos, nada de una fina lluvia. En ese momento el monzón hizo valer su  nombre. Rápidamente me puse el chubasquero que había costado refunfuños a Martí esa mañana. El guía preguntó si todos teníamos para cubrirnos y al ver a Martí sin nada buscó en su mochila sin éxito  Por suerte una de las dos chicas que se habían quedado para acabar el trekking, llevaba un chubasquero roto en su mochila para emergencias. Martí me miró con ojos pícaros asumiendo la frase "te lo dije". Me limité a sonreirle.
El camino por el que estábamos andando pasó a convertirse en un riachuelo que íbamos sorteando para no mojar nuestras bambas, pero tras una hora caminando bajo el monzón ya no importaba donde ponías los pies. El calzado estaba completamente inundado y apenas quedaba un trozo de pantalón seco. Empezaba a pensar que las chicas dieron media vuelta al preveer lluvia y no porque estuvieran cansadas.... Me las imaginaba sentadas en una mesa viendo llover y riéndose de los que habíamos seguido el trekking. Ese pensamiento me hizo reírme de mi misma, la verdad es que la situación vista desde fuera era divertida, así que opté por dejarme llevar y disfrutar del momento, caminando como si llevara botas de agua salpicando tanto como podía, recordando los días de lluvia con mis hermanas.



Al llegar a un pequeño cobertizo nos resguardamos durante media hora para descansar y esperar  a que la lluvia cesara, por suerte así lo hizo y seguimos nuestro trekking caminando por plantaciones de especias, frutas y abundante vegetación.



El guía señaló la pierna izquierda de Martí. Todo el grupo (nosotros cuatro más las dos chicas suizas) pusimos nuestras miradas justo donde señalaba el dedo. Una mancha de sangre seca asomaba por el pequeño agujero que quedaba sobre  la parte externa del muslo a la altura de su rodilla.
- Lich - Aclaró el guía al resto del grupo, porque yo desconocía el significado y me quedé igual. Miré a Martí algo asustada.
- Estás bien? Te duele?
- Ni me he enterado, tranquila, ha sido sólo una sanguijuela. - Le dejó tres heridas pero sin rastro del acompañante no bienvenido.
El guía aprovechó para explicarnos que mientras están chupando la sangre no se pueden quitar porque la herida podría infectarse. Se debe poner sal para que ellas solas se suelten y caigan y que en el mejor de los casos, como era este, en el que ya habían acabado el banquete, se sueltan y se dejan caer y se van sin que te enteres.
Ya llevábamos bastantes horas caminando cuando mi rodilla izquierda decidió rendirse y empezar a quejarse y por mucho que yo me empeñara en caminar normal, ella no me dejaba doblar la pierna, así que de una rama hice un bastón. Un tanto triste fue la imagen de una chica de 27 años con un bastón en la mano para bajar una rampa con bastante inclinación, mientras que un anciano la subí con los brazos cruzados en su espalda... Entendí que no estaba tan en forma como había creído horas antes.
Una vez finalizamos la excursión nos llevaron a comer donde pudimos comprobar la  destreza de las dos chicas comiendo al estilo hindú con la mano derecha. Admirable  de verdad, porque yo acabaré l viaje y preferiré seguir utilizando la cuchara, no sabría comer cualquier textura utilizando cinco dedos. Llevaban un mes y medio en India, haciendo un voluntariado y después viajando.Se habían integrado perfectamente con     algunas de sus costumbres.



Tras comer, vuelta al hostal.
No puedo negar que durante los 15km que duró el trekking pudimos contemplar hectáreas verdes, poblaciones, diversas plantaciones de especias y niebla que nos envolvía, pero tampoco puedo negar que me quedé calada hasta los huesos por la   lluvia que nos acompañó durante unas dos horas del trayecto dejando los chubasqueros como una herramienta inútil  Al fin y al cabo sólo era agua, pero dadas las temperaturas de Munnar, el frío quedó perpetuamente integrado en mí hasta el momento de girar hacia la izquierda el grifo del agua caliente.



Mañana, que será nuestro segundo día en Munnar, aprovecharemos para poner la ropa a lavar, pasar el día entre miradores y tiendas de té y especias, descansando un poco nuestras piernas y mi rodilla del trekking de hoy y preparándonos para nuestro siguiente destino, Allephey, donde se encuentran algunos de los cientos de backwaters del estado de Kerala.



3 comentarios:

  1. Muy bueno lo de los super poderes del conductor!
    Me ha encantado como describes el momento en que viste a las dos niñas buscando entre la basura y como sin tener nada, aun así compartían... ¡cuántas cosas hemos de aprender! Aquí la ley es, quien no corre, vuela...

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  2. Por cierto, ¿no podrías incluir alguna foto de los lugares que describes?

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  3. https://www.dropbox.com/s/el865uakey2z0dd/India%20S.%20%202013.mp4

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