18 de Agosto de 2013 - El frío inesperado


18 de Agosto de 2013 - El frío inesperado


No recuerdo la última vez que disfruté tanto de una ducha bien caliente, no quería salir de debajo del chorro de agua (que ya había cambiado el tono de mi piel a un rojo intenso) y he alargado el momento tanto como he podido, disfrutando del perfume del champú...



Me habían avisado de que pasaría muchísima calor en India, que sería un calor insoportable, pero desde luego no me habían preparado para el frío que me esperaba en Munnar.



Pero como he llegado a Munnar?



Al llegar a Pondicherry a las 19.00h (hora en la que el sol ya no hace acto de presencia) ya teníamos claro que marcharíamos la próxima noche a Madurai, ya que las visitas que recomendaba la Lonely Planet las podíamos hacer en un solo día.
Lo primero que hicimos al bajar del autobús, fue preguntar si quedaban plazas en el bus público para la siguiente noche. Nos comentaron que pocas y nos señalaron el que partía entonces para que viéramos como era. Creo que mi cara habló por mí, "¿hay que pasar toda una noche en ese autobús que apenas puede reclinarse?" porque Martí descifró lo que pensaba sin que le dijera nada. Autobús público descartado. Tras visitar la estación de tren, otro descarte más por estar full desde hacía dos meses (el vendedor de billetes se rió a nuestra costa por intentar comprarlo con tan sólo una noche de antelación), tan sólo nos quedaba otra opción antes que contratar a un taxista, así que tras dejar las cosas en el hostal fuimos en busca de una compañía de autobús privada que ofreciera el trayecto en un bus-litera. Como no, la "agencia de viajes" (no os dejéis engañar por el nombre, era un zulo con una pequeña mesa, dos sillas y un portátil) la encontramos justo delante del hostal, y ofrecía el trayecto  partiendo a las 21.30h de la próxima noche y llegando a las 4.30h. Con el trayecto contratado para marchar, ya pudimos disfrutar de la llegada a Pundicherry.
Esa misma noche visitamos el paseo frente al mar que tiene la ciudad y dado que habíamos sido unos valientes saliendo sin guía de la habitación, nos perdimos por las callejuelas, sin apenas luces, en busca de un restaurante hindú para cenar. Pese a que llegamos a un restaurante muy decente, debo reconocer que estuve tentada de dar media vuelta un par de calles antes. La ausencia de luz, la suciedad, los olores, los sin techo deambulando por las calles, los grupos de adolescentes con sueños occidentales paseando y los perros que despertaban tras pasar el día escondiéndose del sol abrasante, me producían una sensación de inseguridad, así que apretaba bien fuerte la mano y el brazo de Martí, pero desde luego todo resultó ser pacífico y cordial.



Primera cena de comida hindú conseguida! Esta sí era auténtica! (no como los locales turísticos que habíamos ido encontrando hasta ahora). Comida picante aún habiendo solicitado "no spicy please". En la primera cucharada (todavía no hemos aprendido a comer con las manos como lo hacen aquí) pude saborear los aromas y el sabor intenso de sus salsas. Tras unos segundos el picante empezó a hacer su efecto y pese a que la comida estaba realmente buena, a partir de entonces, era indiferente lo que comiera, todo sabía a picante, y el agua no ayudaba a disimularlo. Primera prueba superada, no me quedé sin cenar. ¿Cuando reaccionaría mi estómago al picante? Eso ya sería otro día.



Al día siguiente, paseando por las calles, puede observar la influencia francesa de la que tanto me había estado hablando Martí e imaginar la infancia del protagonista de la película "la vida de Pi". Casas de cemento, de apenas dos plantas y un tanto señoriales al  estilo hindú, locales con nombres de aspecto francés, calles demasiado amplias y ordenadas para ser India, pero eso sí, en casi todas las entradas en el asfalto de delante de las puertas de entrada había dibujos en tiza. Por suerte puede observar como dibujaban uno. Primero puso puntos de tiza en el asfalto siguiendo pautas horizontales y verticales, luego los unió con diferentes líneas y ondulaciones, creando unos dibujos realmente perfectos. Supongo que ese ritual lo repetían cada día modificando la figura porque en cuestión de dos minutos lo tenía acabado, nada de vacilaciones en los movimientos ni nada de correcciones.



Al medio día ya habíamos recorrido el paseo un par de veces y habíamos visto los puntos destacados de la guía así que fuimos en busca de otro local hindú para comer.
Aunque esta vez llevábamos la guía, el laberinto de calles a pleno sol nos volvió a desorientar y sin previo aviso topé con la dureza de India. Indigentes viviendo a lo largo de un canal de agua, no muy potable al juzgar por su aspecto, sin apenas ropa para cubrir sus esqueléticos cuerpos mientras buscaban entre la basura. Cerré los ojos, encogí el corazón, exhalé profundamente y me dije, "por mucho que no quieras mirar no dejará de existir". Los volví a abrir e intenté no compadecerme de ellos. Una de las niñas encontró algo entre los escombros de basura, se lo entregó a otra para que lo comiera. Ese acto hizo que llorara por dentro, no tenían nada pero compartieron lo que encontraron. Seguí caminando callada, pensativa, absorbida por la imagen de pobreza y dulzura, una combinación explosiva de sentimientos...
Supongo que India te recuerda a cada momento que tras toda su belleza, también existe la cara oscura, y no se esconde de ello, mostrándote ese lado amargo cuando menos te lo esperas.



En el restaurante nos volvieron a servir una excelente comida hindú, platos de metal con la base de hoja de plátano, un vaso lleno de agua que ni tocamos y diversos platos de color y sabor intensos acompañados de arroz hervido. El personal del local estaba dividido en diferentes funciones según la casta, los encargados, los camareros y el que recogía y limpiaba las mesas. A éste último le trataban con desprecio... me ofendí al ver como se dirigían a él, y cuando pasó a recoger nuestra mesa le di las gracias mirándole a los ojos, acto que alegró su cara.
Había sido un día intenso emocionalmente y la calor y las caminatas nos habían dejado cansados, así que tras comer pusimos rumbo ducha y descanso.



Al finalizar el día y la hora que debíamos desalojar la habitación, fuimos en busca del autobús que nos llevaría a nuestro siguiente destino y nos reuniría con dos amigos con los que previamente habíamos quedado, Salva y David. Ellos habían marchado a India tres días antes que nosotros y gracias al wifi de los hostales y al skype instalado en mi ipad (regalo de cumpleaños que me hizo Martí) pudimos hablar para quedar a las 4 de la mañana delante de la puerta del hotel donde ellos dormirían.



Al subir al autobús nos sorprendió gratamente descubrir que tenia dos literas unidas formando una cama de matrimonio, así que un viaje que esperaba ser solitario se convirtió en una noche en una "guest house en movimiento", con el ruido de la lluvia como hilo musical durante gran parte del trayecto.



La llegada a Madurai, para nuestra sorpresa, fue puntual ya que contábamos con dormir un par de horas más suponiendo el retraso (empiezo a pensar que la  famosa impuntualidad de la India no es tan acentuada en el sur-este), pero al menos al despertar pudimos comprobar que la lluvia, la habíamos dejado atrás.
A las 4.40h de la mañana estábamos delante de la puerta del hotel donde dormían nuestros amigos. Cogí el teléfono  llamé a Salva. Desconectado. Acto seguido llamé a David, colgaron la llamada. No pasó ni medio minuto cuando con cara de recién  levantado, apareció Salva por la puerta del hotel dándonos la bienvenida con un fuerte abrazo. El recepcionista del hotel no tuvo ningún reparo en que subiéramos a la misma habitación que ellos para dejar las mochilas y dada la hora que era aprovechamos para dormir los cuatro hasta las 8h.
Tras el desayuno y mientras David y Salva realizaban unas compras, Martí y yo fuimos a visitar el templo más grande del sur de la India, Meenakshi Amman Temple: increíble, precioso, una explosión de colores y formas encabido en medio de una bullicienta ciudad. La entrada al tempo debía hacerse sin calzado y sin cámaras de fotos, así que anduvimos descalzos y a esto me refiero sin calcetines, por todo el templo. Al principio no me hizo ni pizca de gracia, pero tras observar la multitud de gente y el suelo limpio, imaginé que quizá la regla religiosa de descalzarse en templos pudiera deberse a que así el barro no entraba dentro. No obstante, debo reconocer que en algunos rincones del gran templo me fue de gran utilidad haber llevado un fular impregnado de la colonia más intensa que tenía, pudiendo así disfrazar olores que podían producir arcadas si te exponías a ellos durante más de un minuto.
Tras pasear por cuatro calles de Madurai y alguna visita más, que no es digna de ser mencionada, dimos media vuelta para reencontrarnos con nuestros amigos y comer. Deshaciendo el camino topamos con una pareja mayor adinerada de India que quisieron tomar unas fotos con nosotros e intercambiar correos para que se las mandáramos. Tras charlar un rato nos regalarnos un coco para beber y si no hubiese sido por nuestra falta de tiempo, ya que teníamos que comer para coger un taxi después, hasta quisieron invitarnos a acompañarles a un Ashram.
Una vez acabamos de comer, durante el trayecto para ir a coger el taxi que habíamos contratado por la mañana para ir a Munnar, India nos puso a prueba. Unos chicos de apenas 18 años, que trasportaban una docena de viejos tubos en un carromato, al girar en una de las calles, uno de los tubos impregnó de grasa los pantalones de Martí. Acto seguido a lo ocurrido, un hindú que presenció el pequeño accidente y que se dedicaba a arreglar zapatos y limpiarlos, nos  llamó, cogió el pantalón manchado y con una navaja que tenía a su alcance limpió los pegotes de grasa. Martí como agradecimiento sacó 100 rupias que el zapatero no quiso, negándose con la cabeza y retirando la mano, dándonos a entender que no lo hizo por dinero, sino por ayudarnos. Lección aprendida: Existe la humanidad, actuaciones sin intereses. No obstante, tras nuestra insistencia acabó aceptando nuestra manera de agradecerle su ayuda.



De camino a Munnar en taxi, 160Km y 4horas de trayecto, pudimos ver unos paisajes que dejaban con la boca abierta a cualquiera. Hectáreas de plantaciones de té, lagos y montañas hasta donde nuestras vistas alcanzaban. Eso sí, las dos últimas horas del camino hasta llegar a nuestro destino, era mejor no mirar la calzada de la carretera, y creer a pies juntillas en la conducción del taxista. Subida de 0 a 1.500 metros, podéis imaginar los precipicios que había, añadiendo el agravio de que la velocidad en las curvas no era precisamente de mi agrado (me encanta ir despacio para evitar mareos). Pese a ser de doble dirección la calzada los coches circulan por el medio, con buena o mala visibilidad, siendo el claxon el encargado de avisar que hay un coche con intenciones de pasar sin dejar preferencia (regla que siguen todos los conductores, me sorprende que solo haya presenciado un "aii.. uf! casi!). Ahí estábamos los cuatro, riéndonos de la situación, haciendo bromas para evitar pegar alguna colleja al taxista.



Cuanto más nos acercábamos a nuestro destino, la noche se imponía con mayor oscuridad, la temperatura descendía y la niebla empezaba a hacer acto de presencia, momento en el que el conductor decidió encender las luces. Casi le aplaudo para darle la enhorabuena por haber encontrado el interruptor antes de quedarnos totalmente a oscuras, llegué a pensar que tenia super poderes para ver la carretera.



Al llegar a nuestro destino, contratamos al dueño de Green View, guest house donde dormiríamos las próximas tres noches, un trekking por las plantaciones de té, subida a dos montañas para disfrutar de las vistas y de la diversidad de especias y frutos que se hallaban por el camino, finalizando con una comida hindú para después volver en jeep a las 18.00h.



El despertador sonó a las 7h, aunque no me levanté hasta que a las 7.10h cuando vino el dueño del hostal para avisarnos de que a las 7.30h teníamos que estar en el hall,  donde nos esperaba un pequeño desayuno compuesto de té y galletas. Salté de la cama, me vestí y preparé la cámara de fotos, mientras  Martí preparaba la mochila.
- Coge los chubasqueros - Le comenté.
- Se espera buen tiempo, ¿para que cogerlos?
Acto seguido pensé "estoy en India, época que empieza el monzón, no me fío de ninguna predicción".
- Pues al menos coge el mío - Respondí.
Entre refunfuños lo metió en la mochila.



En la puerta de nos esperaba un jeep y no uno precisamente de cinco puertas, sino   uno con amplias ventanas ya que las puertas brillaban por su ausencia y en su lugar habían telas de plástico transparente (las ventanillas) y el resto color verde militar. Tras un par de kilómetros "saltarines" por los hoyos en la carretera de barro, nos hicieron bajar para empezar nuestra excursión, subir la montaña que veíamos ante nosotros.



Desde el primer momento que empezamos a caminar entre las plantaciones de té me debatía entre la sensación de grandeza ante tan bellas vistas y los fríos sudores que mi cuerpo experimentaba para entonces. Cada parada del guía para darnos las explicaciones oportunas (en un inglés casi perfecto, ya que aquí se puede considerar la segunda lengua oficial), mi cuerpo solicitaba seguir caminando para justificar la sensación de calor por el esfuerzo y de frío por la temperatura ambiente. Pero una no puede ir contra lo que dictamina su cuerpo, así que cinco minutos antes de llegar al primer punto para desayunar, el picante que se encontraba sin poder ser digerido por mi estómago hizo su efecto (no soy médico, así que quizá no fuera culpa del picante, pero me gusta encontrar alguna justificación razonable).
En la primera parada, el desayuno, acompañado de unas vistas espectaculares, consistió en white tea, toasts whith jam, boiled eggs, bananas and pinapple, aunque más tarde descubriríamos que tuvimos compañía y que la sangre de Martí también fue desayuno de un intruso.
Como la fina lluvia que nos había acompañado era muy soportable, el cielo no indicaba tormenta, yo ya no tenía sudores fríos y los cuatro teníamos ganas de caminar, decidimos seguir adelante, acabar el recorrido de todo el día en vez de volvernos al hostal como hizo un grupo de chicas. Pensé "que flojas, si solo llevamos unas horas" y por un instante me sentí en forma.
Cuando el sol se impuso a las nubes, nos embadurnamos de crema solar para no quemarnos. La ilusión de un día radiante apenas duró cinco minutos. Cuando guardé la crema solar, el sol hizo lo mismo.
Al entrar en la segunda montaña la lluvia volvió a hacer acto de presencia pero esta vez sin rodeos, nada de una fina lluvia. En ese momento el monzón hizo valer su  nombre. Rápidamente me puse el chubasquero que había costado refunfuños a Martí esa mañana. El guía preguntó si todos teníamos para cubrirnos y al ver a Martí sin nada buscó en su mochila sin éxito  Por suerte una de las dos chicas que se habían quedado para acabar el trekking, llevaba un chubasquero roto en su mochila para emergencias. Martí me miró con ojos pícaros asumiendo la frase "te lo dije". Me limité a sonreirle.
El camino por el que estábamos andando pasó a convertirse en un riachuelo que íbamos sorteando para no mojar nuestras bambas, pero tras una hora caminando bajo el monzón ya no importaba donde ponías los pies. El calzado estaba completamente inundado y apenas quedaba un trozo de pantalón seco. Empezaba a pensar que las chicas dieron media vuelta al preveer lluvia y no porque estuvieran cansadas.... Me las imaginaba sentadas en una mesa viendo llover y riéndose de los que habíamos seguido el trekking. Ese pensamiento me hizo reírme de mi misma, la verdad es que la situación vista desde fuera era divertida, así que opté por dejarme llevar y disfrutar del momento, caminando como si llevara botas de agua salpicando tanto como podía, recordando los días de lluvia con mis hermanas.



Al llegar a un pequeño cobertizo nos resguardamos durante media hora para descansar y esperar  a que la lluvia cesara, por suerte así lo hizo y seguimos nuestro trekking caminando por plantaciones de especias, frutas y abundante vegetación.



El guía señaló la pierna izquierda de Martí. Todo el grupo (nosotros cuatro más las dos chicas suizas) pusimos nuestras miradas justo donde señalaba el dedo. Una mancha de sangre seca asomaba por el pequeño agujero que quedaba sobre  la parte externa del muslo a la altura de su rodilla.
- Lich - Aclaró el guía al resto del grupo, porque yo desconocía el significado y me quedé igual. Miré a Martí algo asustada.
- Estás bien? Te duele?
- Ni me he enterado, tranquila, ha sido sólo una sanguijuela. - Le dejó tres heridas pero sin rastro del acompañante no bienvenido.
El guía aprovechó para explicarnos que mientras están chupando la sangre no se pueden quitar porque la herida podría infectarse. Se debe poner sal para que ellas solas se suelten y caigan y que en el mejor de los casos, como era este, en el que ya habían acabado el banquete, se sueltan y se dejan caer y se van sin que te enteres.
Ya llevábamos bastantes horas caminando cuando mi rodilla izquierda decidió rendirse y empezar a quejarse y por mucho que yo me empeñara en caminar normal, ella no me dejaba doblar la pierna, así que de una rama hice un bastón. Un tanto triste fue la imagen de una chica de 27 años con un bastón en la mano para bajar una rampa con bastante inclinación, mientras que un anciano la subí con los brazos cruzados en su espalda... Entendí que no estaba tan en forma como había creído horas antes.
Una vez finalizamos la excursión nos llevaron a comer donde pudimos comprobar la  destreza de las dos chicas comiendo al estilo hindú con la mano derecha. Admirable  de verdad, porque yo acabaré l viaje y preferiré seguir utilizando la cuchara, no sabría comer cualquier textura utilizando cinco dedos. Llevaban un mes y medio en India, haciendo un voluntariado y después viajando.Se habían integrado perfectamente con     algunas de sus costumbres.



Tras comer, vuelta al hostal.
No puedo negar que durante los 15km que duró el trekking pudimos contemplar hectáreas verdes, poblaciones, diversas plantaciones de especias y niebla que nos envolvía, pero tampoco puedo negar que me quedé calada hasta los huesos por la   lluvia que nos acompañó durante unas dos horas del trayecto dejando los chubasqueros como una herramienta inútil  Al fin y al cabo sólo era agua, pero dadas las temperaturas de Munnar, el frío quedó perpetuamente integrado en mí hasta el momento de girar hacia la izquierda el grifo del agua caliente.



Mañana, que será nuestro segundo día en Munnar, aprovecharemos para poner la ropa a lavar, pasar el día entre miradores y tiendas de té y especias, descansando un poco nuestras piernas y mi rodilla del trekking de hoy y preparándonos para nuestro siguiente destino, Allephey, donde se encuentran algunos de los cientos de backwaters del estado de Kerala.




15 de agosto de 2013


Curiosamente nuestro vuelo a Madrás partió con 40 min de demora, justo los que nos hubieran bastado para no perder el anterior vuelo. C'est la vie!  
Una vez obtuvimos un fajo de billetes hindúes, que no por ello eran muchos euros, ya que apenas ascendían a unos 250€, nos dispusimos a pisar tierra no aeroportuaria de India y por suerte la lluvia, que había estado amenazando todo el día, había cesado para darnos la bienvenida, aunque no nos daría mucha tregua. 
Nuestro primer destino era Mamallapuram, a un par de horas en taxi desde el aeropuerto. Las ganas que tenía de conocer y sentir esta tierra me empujaron a decidir hacer el trayecto como cualquier hindú, y en este caso en un tren regional y un autobús. 
Allí estábamos, cruzando el subway para acceder a la estación de tren, que pese a estar en reformas tenía un aspecto tétrico, con goteras por todos lados y charcos enormes con piedras estrategicamente colocadas, para poder sortearlos sin apenas mojarte. 
Compramos dos billetes, que minutos más tarde descubrimos que eran de "clase oveja", ya que al subir al vagón menos aglomerado de hindús, un pasajero nos "invitó" a marchar porque estábamos en el vagón de "clase alta". Todavía me pregunto como supo que nuestros billetes de tren no eran de "su clase" cuando no los enseñamos en ningún momento, ¿quizá nuestras caras de novatos delataron algo?. La única diferencia que encontré entre el primer vagón y el segundo, donde proseguimos el viaje, fue el número de pasajeros que contenía, y como es de suponer, en este último triplicaban seguro el número máximo de pasajeros. Puertas sin cerrar y ventanas sucias a medio romper eran suficiente para substituir al aire acondicionado, una circulación de aire durante el trayecto necesario para hacerlo más llevadero ya que apenas había espacio entre un pasajero y otro. Las mujeres tienen un vagón especial "I class laides", que sintiéndolo mucho yo no respeté y subí con Martí en un vagón que aparentemente era solo de hombres. Pude ver, a mano izquierda, una mujer entre ellos  algo que me ayudó a no sentir que estaba incomodando, con mi presencia, al resto de indios que nos acompañaban en el trayecto. A mano derecha, y separado por una valla que impedía el acceso al otro lado del vagón, se encontraban  las mujeres hindúes, sentadas sobre un especie de bancos a lo ancho del tren sin respetar el espacio mínimo de separación, que en occidente necesitamos para no sentirnos incomodados, para ganar un par o tres de sitios más. Creo que por un instantes todas fijaron su mirada en mi, me examinaron para luego proseguir con sus conversaciones. 
Al llegar a la cuarta parada bajamos en busca del autobús que no debería quedar muy lejos. Aquí no sirve la frase de "tu sigue a la gente", frase a la que siempre recurre mi madre cuando le pregunto que dirección debo coger al salir del tren para ir a la playa. Aquí había gente para todas las direcciones, era imposible observar un destino común, pero decidimos girar a mano izquierda tras subir el puente. La India que se presentó ante mis ojos fue una de las más duras y crueles que había presenciado hasta entonces. Pobreza, vida cotidiana, personas vendiendo fruta, pies descalzos con las uñas negras, largas y rotas, gente yendo y viniendo en todas las direcciones, olor a humedad intensa... Sin embargo no desprendían tristeza. Tararean canciones, cantan los precios de las frutas que venden, pasos con decisión por el pasillo, un caos ordenado.
Puede que en Barcelona mi sentido de la orientación no sea de fiar en absoluto, pero aquí fue muy efectivo para encontrar la parada por donde pasó nuestro autobús hacia Mamalapuran.
Dos horas en un autobús destartalado, sin cinturón, sin puertas y seguramente sin pasar la ITV hindú, pero un viaje muy agradable. Una ruta por Chenai acompañada de cláxones, paraditas de comida, niños saliendo de las escuelas, motos con tres pasajeros sin casco, casas se colores, edificios con ventanas sin cristales y una vez dejamos atrás    la ciudad empiezan los paisajes eternamente verdes, con alguna frenada que otra que me despiertan de un sueño ligero. Un sin fin de nuevas sensaciones para mis sentidos durante dos horas por tan solo 40 rupias, 50 céntimos de euro. 
Una vez llegamos al destino, cuatro o cinco tuc-tucs nos esperaban para regatear el precio y llevarnos hasta la guest house que les indiquemos. "One minute please" pedimos para que nos dejen respirar tras el viaje y mirar en la Lonley planet que alojamientos recomendaba. Tras decidirnos  por "Lakshmi lodge" tenemos la enorme suerte (si hubiéramos escogido otra guest house creo que la suerte hubiera sido la misma) de que el Tuk-turero era primo del dueño del local y nos ofreció llevarnos gratis hasta nuestro destino. No pude verlo, pero estoy segura de que se llevó una suculenta comisión del local por llevarles a dos huéspedes. 
Escogimos la habitación con cama doble, mosquitera, ventilador y baño integrado. La habitación no tenia nada del otro mundo y quizá la cama no era tan cómoda como nos pareció al poder dormir decentemente tras dos noches de viaje, pero para mi fue perfecta para lo que imaginaba encontrar. Paredes de color azul cielo, dos bloques de cemento horizontales de aproximadamente un metro que sobresalían de la pared hacinado la función de armario, una cama sencilla con un colchón fino pero lo suficientemente ancho como para no tocar la tabla de madera que hacía de somier y el detalle más importante, decorada con una mosquitera verde y cuadrada que me proporcionaría la tranquilidad de que ningún  intruso pequeño o grande interrumpiera  mi descanso. El baño, pese a estar limpio a modo Asiático, no ha sido conservado con el mantenimiento adecuado y se encuentra situado en un cuarto rectangular con racholas y cemento, formando un aspecto un tanto siniestro. 
Tras deshacer las maletas y darnos una ducha necesitada nos disponemos a las seis de la tarde a visitar un poco de Mamalapuran. La lluvia hizo acto de presencia para acompañarnos a partir de entonces, pero en su defensa diré que no era ni la sombra del Monzón, tan sólo era una fina lluvia que refrescaba el ambiente para que no pasáramos tanta calor. Es un pueblo costero y su larga playa esta bañada de barquitas pesqueras atracadas sobre la arena. Contienen diferentes colores llamativos, pero lo que más llama la atención son sus motores viejos y sucios con más de cincuenta reparaciones a sus espaldas. Como la suciedad es algo característico de la India, gran parte de la arena esta pintada de manchas negras de gasolina y pese a que es una pena que no conserven su entorno, el paisaje en su conjunto es muy bonito de observar, como si estuviéramos viviendo la infancia de nuestros abuelos. 
El día ha sido muy largo, y tras una cena sin picante por recurrir a un chiringuito de guiris, nos vamos a la habitación para recuperar fuerzas y cargar las pilas.


14 de Agosto de 2013 - Llegada a India.

Tras partir de Barcelona el día 13 de agosto a las 6.00h, hacer escala en Istambul, visitar la mezquita azul (tapada hasta las cejas literalmente) y comer un sabroso durüm, hemos llegado a Bombay a las 5.45h del día 14 de agosto.

Son las 9.15h, así que llevo en tierras hindus 3 horas y 45 minutos, tiempo suficiente para tener una experiencia a recordar; aunque al decir verdad, me ha bastado una hora y media para darme cuenta de que el ritmo aquí es pausado, que el tiempo es relativo y que el azar juega un papel fundamental. Más vale bajar las pulsaciones, tirar el reloj y dejarse llevar por esta marea tan pausada e imprevisible.

Dicho esto, debo destacar que a esta hora debería estar aterrizando en Madras (Chenai), y sin embargo sigo en un café del aeropuerto de Bombay escribiendo lo ocurrido.

El vuelo de Istambul dirección a Bombay, salió con una hora y media de retraso. El motivo no era por ninguna avería, ni por causas meteorológicas, simplemente el avión que procedía de India llegaba tarde. Al conocer la noticia empezamos a preocuparnos por no llegar a enlazar con el avión contratado que teníamos tras este. De nada sirvió pensar que hacer.

Tras seis horas de vuelo aterrizamos en Bombay a las seis menos cuarto de la mañana, una hora y veinte más tarde de lo previsto, esto nos daba un margen de apenas una hora para realizar el enlace. Es en este momento cuando empieza nuestra odisea particular, cuando India empezó a entrar en nuestras vidas.

Corriendo por los pasillos con la  cámara de fotos colgando hasta llegar al control de inmigración.... De nada había servido nuestra carrera, había una cola inmensa! Y no solo eso, sino que gran parte de viajeros que habíamos ido sorteando como si de una carrera de obstáculos se tratase, habían decidido colarse sin reparo alguno. Primer intento fallido.

Tras pasar el control, con el visado en mano y las mochilas a cuesta, volvemos a acelerar hasta llegar a un paso de entrada con escaneo de equipaje. Esta entrada no tendría nada de peculiar si no fuera por el hecho de que sus dos trabajadores estaban en unas sillas sentados, hablando tranquilamente con otros compañeros, viendo como se formaba una cola para poder acceder. Supongo que una vez dieron por finalizada la conversación, que a mi se me hizo eterna, decidieron levantarse para dejar que siguiéramos nuestra ruta. Nos solicitaron copia del correo de la compra del billete que miraron con esmero aunque estoy segura de que no leyeron ni una sola palabra, y pasaron las mochilas por el escáner sin mirar la pantalla donde enseñaba todas las pertenencias que llevábamos. Segundo intento fallido.

Subimos al autobús que nos llevaba hasta la terminal donde debíamos hacer el check-in de nuestro vuelo al sud-este de India, Madras. Durante el trayecto en bus pude observar como cientos de chabolas se aglomeran justo donde acaba la frontera del aeropuerto, sin dejar ni un centímetro de separación. Apenas se podía distinguir entre una chabola y otra entre tanta multitud de objetos y plásticos y  tampoco vi a ningún residente, supongo que dada la hora que era seria normal que todos estuvieran tranquilamente durmiendo.

Una vez en la terminal de vuelos domésticos, volvemos a hacer el último esprint dirigidos por las indicaciones de un personal de seguridad. Al llegar al mostrador, nos atiende la chica de la compañía aérea. Mirando el reloj nos avisa de que llegamos un tanto tarde, algo que sin duda ya sabíamos, y pese a que las palabras nos desanimaron un poco, observábamos que hacia un par de llamadas, colocaba la mochila que facturamos sobre la cinta y seguía gestionando en su pantalla. Suena el teléfono del mostrador que es capturado por el compañero de la chica. El destino (intentando vestirlo con la parte positiva y porque desconozco el nombre de la persona de al otro lado del teléfono) quiso que justo ese vuelo que cogíamos no fuera con retraso, así que el embarque había sido cerrado apenas 5 minutos antes. This fly is closed. Tercer intento fallido. Jaque mate.

Hemos perdido el vuelo. Si. Pero mirando el lado positivo India ya ha empezado a bajar el ritmo de mi reloj, me ha invitado a sentarme tranquilamente durante tres horas en una mesita con un cofee whith milk y junto a Martí (que aprovecha para dormir, lo que no ha podido hacer durante el vuelo).

Por suerte con 80€ menos en mi cuenta de ahorros, unas cuatro horas mas tarde de lo previsto y un vaso de paciencia sobre nosotros, llegaremos a nuestro destino de "inicio de viaje" esta tarde. No obstante y tal y como he podido observar el "inicio de viaje" que India tenia preparado para mi no ha sido el planificado, India quiso que mi viaje empezara antes, justo en el momento que el avión aterrizó en Bombay.

Ahora, sin planes fijos y con unas ganas inmensas de conocer, proseguimos nuestro camino, caminando tranquilamente, sin prisas pero sin pausa.